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CARTA DE HOMENAJE A JUAN ANTONIO SAMARANCH
Columna
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Orgullo y responsabilidad

Sus manos, en las que se dibujaban las venas un poco hinchadas, temblaban. Su voz sonaba entrecortada, pero segura y fuerte, Sus ojos cansados expresaban sinceridad, interés, esa curiosidad inmensa por saberlo todo, por conocer la verdad, por sentirse partícipe de cada instante. Como siempre me saludó con dos besos y me demostró su cariño. Recuerdo con una sonrisa ese último momento en que nos vimos hace unos días. Una vez más me aconsejó con autoridad: "Digues-li al Pep que ho està fent molt bé. Tots els jugadors tenen un comportament molt bo. Sobretot, digues-li! ["Dile a Pep que lo está haciendo muy bien. Todos los jugadores tienen un comportamiento muy bueno. ¡Sobre todo, díselo¡]".

Nos consoló en la derrota de Barcelona y lloró de emoción en la victoria de Atlanta

Hace pocos meses me llamó para decirme que le gustaría poder compartir unos minutos con Pep. Fue una comida en su despacho interesante, llena de admiración mutua y respeto. El Presidente era así, quería siempre conocer la verdad directamente. Fue agradable admirar una vez más su sabiduría y experiencia al servicio del deporte.

Podría escribir tanto, pero tanto sobre mi estima hacia él... Mis primeros Juegos Olímpicos en 1980 también fueron los primeros suyos. Veinte años después, en Sidney, nos fuimos. En Barcelona 92 nos abrazó después de la final perdida cuando todo el equipo de waterpolo lloraba desconsoladamente y en Atlanta 96 nos colgó la medalla de oro mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Nos consoló en la derrota y lloró de emoción en la victoria. Podría escribir tanto, pero tanto sobre él...

El día de la ceremonia del adiós, del último saludo, no estaba triste. Casi me dolió no sentirme afligido, pero fue inevitable emocionarse, una emoción serena, en una organización perfecta. La familia, sus hijos y nietos, todo el mundo del deporte presente, su pasado, su legado, su vida... ¡Qué vida! Todo perfecto. No, no me sentía triste...

El deporte está en deuda con él. Los deportistas están en deuda con él. Tenemos la obligación, el deber y el orgullo, siendo hijos de su historia, de transmitir a los jóvenes los valores que él defendió. Debemos recordar y dar a conocer a las futuras generaciones del deporte español que todo empezó con él, que amó el deporte y lo sirvió como nadie, que demostró siempre su aprecio a todos nosotros. Los futuros deportistas deberían crecer y vivir sabiendo que tienen el compromiso y la responsabilidad de no olvidar nunca a un hombre excepcional. Al menos, yo nunca lo olvidaré.

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