Miniatura
El casi todavía adolescente Féder sólo sabía hacer dos cosas cuando se casó sin el consentimiento paterno: montar a caballo y hacer retratos en miniatura. De esta manera tan parca y desfavorecedora nos presenta Stendhal (1783-1842) al protagonista de un relato inconcluso, titulado Féder o el marido adinerado, ahora publicado en castellano por partida doble, pues aparece en la recopilación Narraciones y esbozos (Alba) y, también, simultáneamente, como novela corta editada por separado (El Funambulista). Aunque no se sabe a ciencia cierta cuándo exactamente escribió Stendhal esta novela inacabada, que responde en todo al prototipo del gran escritor francés de narrar las cuitas pasionales de una juventud desencantada tras la definitiva caída del imperio napoleónico, pues no hallaba motivación en una sociedad cada vez más aburguesada, es significativo que haga sobrevivir a su protagonista no sólo mediante la profesión de especialista en retratos en miniatura, sino advirtiéndonos además que él mismo, el atolondrado Féder, era consciente de su limitado talento para tal menester, que alcanzó cierto predicamento social durante la primera mitad del siglo XIX, cuando la pintura en general empezó a reportar fama al menos a unos cuantos entre sus miles de practicantes.
Al contrario de lo que hoy creemos, el término "miniatura" etimológicamente procede del latino "minium", que es un tipo de rojo anaranjado, próximo a lo que tradicionalmente se conocía como bermellón o bermejo. Tal era el color que se utilizaba en los libros ilustrados medievales, que no en balde recibían el nombre de "libros miniados" o "iluminados", lo que hacía que sus preciosas viñetas fueran de pequeño formato, causa quizá del error que actualmente arrastramos de usar miniatura simplemente como algo de reducido tamaño. En cualquier caso, los libros miniados medievales y las miniaturas de nuestra época responden a concepciones culturales y artísticas muy distintas, como corresponde a periodos históricos separados entre sí unos cuatro siglos.
Nada tienen que ver entre sí, por de pronto, la devota acción de un anónimo monje escribano volcado a caligrafiar pacientemente un texto piadoso, entre cuyas páginas intercala a guisa de ilustración un hermoso dibujo, con la del especialista profano, que, a partir del siglo XVIII, estampa primorosamente las facciones de un rostro a modo de retrato de bolsillo, cual si se tratase de un camafeo. Por lo demás, aunque ambas concepciones de la miniatura compartan su reducido tamaño, no nos puede pasar por alto la divergencia de sus respectivos objetivos, porque el afán del ilustrador medieval era crear imágenes que, de alguna manera, compendiasen las claves del mundo y del precario destino humano, mientras que el especialista en retratos miniaturizados perpetuaba un rostro de cualquiera, la mayor parte de las veces mediando en el encargo alguna razón de corte sentimental; esto es: transformando una nadería en un mundo. Aunque esta trivialización de lo artístico a la que nos vemos abocados en nuestra época sea una de las consecuencias de su amplísima difusión, en la que los artistas y el público pugnan con ansiedad por distinguirse con resultados harto dudosos para ambas partes, no deja de ser curiosa la deriva semántica por la que una miniatura se convierte en una pequeñez justo en el momento donde no se puede dar un paso sin tropezarte con un museo monumental.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.