El reverso del milagro aznarí
Desde que dejó La Moncloa, José María Aznar puso tienda de estadista. Entre su clientela abundan políticos, empresarios y periodistas convencidos de que las recesiones se fabrican en el BOE y de que hay recetas mágicas capaces de mutar
crisis pavorosas en prosperidades atadas con longaniza. El Aznar estadista cultiva la simpleza de distinguir entre (malas) políticas socialistas y (buenas) políticas liberales. Acaba de repetir las banalidades de rigor
en el prólogo del libro España, claves de prosperidad que ha coordinado Luis de Guindos y publicado la FAES. Allí, enumera con fruición sus raquíticos argumentos, propios de un cómic: en 1996, el PP se enfrentó a una tasa de paro del 23%, a un déficit del 7% del PIB y a un sistema de pensiones que estaba al borde de la quiebra; en 2004, gracias a reformas profundas (ajuste fiscal, rebajas de impuestos, liberalización y eliminación de monopolios), la tasa de paro había bajado al 11%, el presupuesto registraba el primer superávit (?)
y se salvaron las pensiones. Ergo, hoy como entonces,
es imperativo que gobierne el PP.
Frente al mito del edén descubierto por la alquimia neoliberal, hay una verdad menos complaciente con Aznar. He aquí un resumen:
1. La recuperación ya
se había iniciado a comienzos de 1996, gracias a los buenos oficios de Pedro Solbes, tan átono como siempre, y al inicio de una fase
de reducción de tipos
de interés que inició el Banco de España antes de las elecciones. 2. El milagro de Aznar entre 1999 y 2004 se explica por unos tipos de interés (decididos por el BCE) demasiado bajos para la inflación española, que explican la explosión
de la deuda privada. 3. Aznar y su Gobierno no liberalizaron nada, como prueba el hecho de que todavía hoy
cinco o seis empresas siguen controlando los mercados de servicios. 4. Aznar no debería repudiar su herencia más conspicua, una burbuja inmobiliaria, cuyo estallido ha enconado la recesión.
El redentorismo áspero de José María Aznar carece de otro fundamento que el de alimentar
su vanidad devoradora, propia de un demiurgo que no conoce el error. Washington Irving acuñó una expresión feliz para describir
este tipo de atroz engolamiento: "Cocido en
la marmita
del rencor".
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