Guti se da un homenaje
Liberados los jugadores de sus aprehensiones tras el golpe del clásico, Pellegrini apuesta por el mediapunta para mover al equipo
La afición de Chamartín debió esperar hasta bien entrada la primavera para ver a su equipo jugar bien al fútbol a lo largo de todo un partido. El público no tuvo que tragarse esas transiciones rápidas y azarosas. Ni lamentó que nadie ocupara las bandas. Ni asistió a la falta de fluidez que caracterizó al juego del Madrid a lo largo de ocho meses. Por fin, dio la impresión de que se activaban todas las terminales nerviosas de un grupo de futbolistas sometidos a grandes cambios y presiones. El equipo se encontró y es paradójico que lo hiciera alrededor de Guti, un futbolista de 33 años que se encuentra en franca retirada, una figura que se despide de su gente, de su club, de su ciudad, y quizá hasta del fútbol.
Tantas semanas liderando la Liga habían carcomido los nervios a todos
Guti se encuentra en franca retirada, una figura que se despide de su club y su ciudad
Su contribución al armónico juego blanco fue tan evidente como natural
La última temporada del segundo capitán del equipo ha estado a la altura de su reputación de casquivano intermitente. Cuando Guti no ha estado lesionado, o remolón, o entregado a otras actividades, Pellegrini, el entrenador, le ha mantenido en remojo, o le ha dejado en el banquillo para echarlo al campo como revulsivo en las rectas finales de los partidos. La derrota ante el Barça en el clásico cambió las cosas. El 0-2 tuvo un efecto descompresor en la mente del entrenador y en la conciencia colectiva de la plantilla. Tantas semanas liderando la competición les había carcomido los nervios a todos. Son las ironías de Chamartín.
Cuando se vio destituido, medio sentenciado por los rumores que (desde dentro y desde fuera) lo situaban fuera del club, Pellegrini experimentó cierto alivio y puso a Guti. Tal vez el entrenador entendió que ya no tenía nada que perder. En la misma onda, los jugadores se sintieron aliviados sin tener que aguantar el liderato, sin tener que acumular puntos por imposición legal. La derrota ante un rival fabuloso hizo que entre todos, tal vez sin proponérselo, se dejaran de temores y de especulaciones. El resultado se pudo observar desde la penúltima jornada, en Almería. En el estadio de los Juegos del Mediterráneo los jugadores del Madrid se mostraron relajados con el balón, algo raro esta temporada. Lo pidieron y lo administraron sin precipitaciones, sin temores, con una pausa que ha sido muy difícil de ver en esta campaña. La contribución de Guti en esta nueva armonía fue tan evidente como natural.
Contra el Valencia se repitió el patrón. Pellegrini, cuyo banquillo no ofrece demasiadas alternativas, eligió mirando más el pie que el músculo. Retrasó a Marcelo al lateral, alejándolo de posiciones postizas, dejó a Lass en la reserva y puso a Gago, que tiene más criterio para el pase, y liberó a Guti para que se asociara con todos. El centrocampista fue el jugador del partido que más veces intervino, con un total de 85 pases -el siguiente fue Marcelo, con 71 acciones-, de los 69 encontraron a un compañero. Pellegrini no renunció a jugar con dos medios centros, pero su propuesta resultó más refrescante, en cualquier caso. El resultado fue que el Madrid tuvo una continuidad desconocida en su juego. Los goles llegaron con continuidad. El público cantó olés por primera vez en esta Liga. La gente, que entró al campo muy fría, expectante, acabó la visita divirtiéndose. Pudieron caer dos goles, como tres, cuatro, o cinco.
Pellegrini tiene mérito. Sin Sneijder ni Robben, a quienes pidió que no vendieran en el pasado verano, sin Kaká, la gran figura en los planes deportivos de Jorge Valdano, que ha estado lesionado, o menoscabado por el dolor de pubis en la fase más decisiva de la temporada, y también sin Benzema, lesionado en los últimos dos meses, el técnico ha tenido que darle un funcionamiento coherente al equipo.
Lo ha hecho con aciertos y con errores. Siempre bajo presión. Siempre observado con rigor por una directiva que nunca confió en él. Parece normal que, con este panorama, se haya mostrado cauto y conservador. Lo que nadie esperaba es que el golpe del clásico liberara a este hombre, y a sus jugadores, del temor al fracaso. Ayer lo comprobó el Bernabéu, que despidió al equipo al grito de: "¡Guti-alé, Guti-alé, forza-Guti, Guti-alé!".
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