¿Por qué nuestra inversión no es más productiva?
El cierre de la Contabilidad Nacional de España de 2009 publicada recientemente por el Instituto Nacional de Estadística (INE) confirma que el consumo privado (2,7%) y la inversión (15,3%) han disminuido con intensidad, pero es esta última la principal responsable de la mayor parte de la caída de la demanda agregada (3,6%). En cambio, la actualización de la estimación del stock de capital que elaboran la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) indica que el capital acumulado ha seguido creciendo durante 2009 (2,8%), aunque a tasas menores que en años anteriores.
No existe contradicción entre ambas informaciones estadísticas, y ponerlas en relación resulta útil para comprender los desequilibrios que padece la economía española y su dificultad para salir de la crisis, considerando tanto el comportamiento de la demanda como el de la capacidad productiva. Comparar la acumulación de capital con la evolución de la producción y del empleo permite valorar uno de los desequilibrios que ya preocupaba antes de entrar en crisis y será relevante para salir de ella: la productividad. Además, nos advierte del agravamiento de otro problema incubado durante el boom: el exceso de capacidad instalada.
Para que la productividad mejore no basta con que aumente la productividad (aparente) del trabajo Debe crecer la de todos los factores. La relación entre valor añadido (PIB) y la suma de capital y trabajo
Puede sorprender que el capital neto haya crecido en términos reales en 2009 y lo haya hecho a tasas significativas. Pero aunque la inversión se redujo con fuerza, su nivel sigue siendo elevado en comparación con el esfuerzo inversor medio de la Unión Europea, alcanzando un 24,4% del PIB, cinco puntos por encima de la media. Sólo en los equipos de transporte ha habido un ligero retroceso del capital acumulado, mientras que en los restantes activos el crecimiento ha proseguido. En el caso del capital residencial influye la inercia que representan las viviendas en construcción, y en las otras construcciones apenas hay caída en el ritmo de crecimiento por la intensificación de la obra pública. Pero también el stock de maquinaria ha seguido creciendo.
Así pues, invertimos menos que antes, pero bastante más de lo que requiere cubrir la depreciación, de modo que aumenta la capacidad productiva del capital. Como el empleo de trabajo se ha reducido en un 6,7%, la dotación de capital por trabajador ha aumentado en más de nueve puntos porcentuales en un solo año y la productividad del trabajo ha repuntado con fuerza (3,1%). Pero, dada la caída de la producción, el nivel de utilización del capital instalado se ha reducido 6,4 puntos porcentuales en el conjunto de la economía, con consecuencias negativas para la mejora de la productividad y las expectativas de inversión.
En efecto, no se espera que la formación bruta de capital fijo (FBCF) repunte de inmediato: el consenso de las previsiones para 2010 es que la inversión siga retrocediendo con intensidad, en torno al 6%, aunque a un ritmo sustancialmente menor que durante 2009. Y por lo que se refiere a la productividad, para que mejore realmente no basta con que aumente la productividad (aparente) del trabajo: se necesita que lo haga la productividad total de los factores (PTF), es decir, la relación entre el valor añadido (PIB) y la suma de capital y trabajo. Los resultados que ofrece este indicador de eficiencia productiva no son optimistas: presenta, un año más, una variación negativa, como sucedía durante el boom inmobiliario y por razones sólo parcialmente diferentes.
Antes y ahora, la caída de la PTF indica que los recursos que emplea la economía española no se corresponden con el valor añadido que generan, es decir, el capital y el trabajo no se aprovechan suficientemente. Durante el boom, esa tendencia a acumular factores en exceso venía impulsada por las expectativas de revalorización de los activos inmobiliarios. Las ganancias de capital esperadas hacían rentables muchas inversiones sin necesidad de que resultaran productivas, debido a que el coste de uso del capital era negativo. Desde luego, esa no es la situación durante la crisis, pero los datos indican que la acumulación sigue creciendo por una combinación de circunstancias que contribuyen a que la PTF siga cayendo, pese a la destrucción de empleo.
En primer lugar, el impulso dado a la inversión pública para frenar la caída de la demanda no ha tenido una orientación productiva, y pesa en el denominador de la productividad, pero no contribuye a la mejora del numerador mediante la generación de valor añadido.
En segundo lugar, el capital privado también crece debido a dos causas bien diferentes. La primera, que un porcentaje relevante de la inversión en construcción -residencial, en naves, locales comerciales y oficinas- continúa acumulándose para finalizar proyectos ya iniciados cuya interrupción es costosa, pero permanece parcialmente improductiva a corto plazo debido al bajo nivel de actividad. Aguarda en los balances de las empresas o de las entidades financieras a la espera de tiempos mejores, protegido por los bajos ritmos de depreciación de estos activos de larga vida útil que hacen menos urgente la rebaja de sus precios. La segunda es muy distinta: pese a la crisis, en la mayoría de los sectores existen inversores que apuestan por desarrollar nuevos proyectos que consideran productivos y rentables a medio plazo. Será muy interesante hacer un seguimiento de los sectores que más están atrayendo esos capitales, en cuanto la información desagregada de la Contabilidad Nacional necesaria para ese análisis esté disponible.
Esta combinación de inercia, rigidez de precios a la baja, obra pública y nuevas iniciativas productivas ha dado como resultado una ampliación en 2009 de la capacidad instalada y un descenso de su utilización. Por ello, a pesar de que el ajuste del empleo es más intenso en España que la caída del PIB, la productividad total de los factores sigue presentando variaciones negativas.
La superación de ambos desequilibrios está relacionada y puede producirse de dos maneras no igualmente deseables. La primera sería negativa, pues consiste en que la inversión siga cayendo hasta situarse por debajo de la depreciación del capital instalado y el stock de capital se reduzca. La segunda es positiva y debería llegar a través de una recuperación de la demanda. Esta alternativa será tanto más probable cuanto más intensa sea la mejora del nivel de la demanda agregada, pero también cuanto más rápida sea la transformación de las características de la oferta con el fin de adaptarse a las demandas más dinámicas y captarlas mejor.
Este segundo camino es el que exageradamente se suele llamar cambio de modelo productivo. Será más razonable contemplarlo como un proceso de cambios en la estructura productiva, pues no se trata del objetivo utópico de sustituir un complejo entramado productivo por otro, sino de reestructurar el peso de las distintas actividades y reorientar muchas de ellas hacia segmentos de mayor valor añadido.
Eso es lo que están haciendo ya las empresas que crecen a pesar de la crisis, que son las que realizan la parte más productiva de las inversiones que comentábamos, confiando en la viabilidad de sus proyectos y su capacidad de competir. Conviene observar atentamente su especialización y su tamaño, y extraer las lecciones que se derivan de su organización y de los recursos que utilizan para concretar las referencias genéricas al nuevo modelo. Ése es un buen camino para identificar dónde se encuentran las verdaderas claves del patrón de crecimiento que necesitamos. Y para que ganen peso esas iniciativas emprendedoras más productivas es preciso reducir el lastre que representan los recursos congelados -en forma de capitales instalados y poco utilizados- que elevan en las estadísticas el volumen del stock de capital, pero no contribuyen a la generación de valor.
A mantener ese lastre contribuye la insuficiente flexibilidad a la baja de los precios en los mercados de activos, en particular los inmobiliarios, porque dificulta el cambio de manos de los mismos necesario para su recuperación productiva en nuevas actividades y en proyectos que serán más viables en muchos sectores cuando esos costes se reduzcan.
Francisco Pérez es director de investigación del Ivie y catedrático de la Universidad de Valencia.
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