Universitaria y kamikaze
Una de las suicidas del metro de Moscú era licenciada en Matemáticas y Psicología. Los rusos la creen esposa secreta de un guerrillero. Una periodista ha visitado a su familia en el Cáucaso
El pequeño pueblo de Balajani (1.500 habitantes), situado en el flanco de una montaña a 160 kilómetros al sureste de Majachkalá, la capital de Daguestán, se halla fuera del alcance del mundo. Balajani no conoce el asfalto. No llega ningún autobús. Para ir hasta allí es necesario recorrer una pista pedregosa durante más de tres horas, en medio de paisajes asombrosos: crestas nevadas, gargantas y desfiladeros.
Desde hace milenios, la vida de sus habitantes se acompasa a los rezos de la mezquita, la ganadería y el cultivo de melocotones y albaricoques. Balajani se encuentra en el corazón de la principal etnia de Daguestán, que cuenta con 12 razas y 40 idiomas distintos. Con sus vergeles en terrazas y su torrente, bastaría con que sus habitantes conociesen el uso del cubo de basura para que Balajani pudiera ser una encantadora villa. No es el caso. Los residuos domésticos se tiran en el lecho de una corriente de agua que serpentea por el centro de la pequeña villa. Las botellas, las bolsas de plástico y los papeles sucios contaminan la corriente de agua y sus riberas.
Un hermano de Mariam está huido y la policía busca a otro. El salafismo gana terreno donde vive la familia de la suicida
Pero la gente de Balajani tiene ahora otras preocupaciones. El pueblo no conoce la paz desde que una de sus hijas, Mariam Charipova, de 28 años, una hermosa morena de ojos verdes, se hizo estallar en la estación del metro moscovita de Lubianka y causó la muerte a 28 personas, el 29 de marzo pasado. Cuarenta minutos más tarde, otra kamikaze, Djannet Abdullaeva, de 17 años, también daguestaní, hizo detonar su carga explosiva en Park-Kultury, un poco más al sur en la misma línea de metro, matando a 12 viajeros. Doku Umarov, el "emir del Cáucaso" que dirige la guerrilla islamista activa en la zona, reivindicó el doble atentado. ¿Su objetivo? Expulsar a los kafirs (infieles) e instaurar la sharía (ley islámica) en las pequeñas repúblicas musulmanas (Chechenia, Ingusetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria) en el sur de la Federación Rusa.
A raíz de los atentados, la casa de los padres de Mariam, uno de los edificios más bonitos del pueblo, ha visto desfilar a padres, amigos, periodistas y policías. En el primer piso de la casa se hallan los hombres, de ojos secos y parcos en palabras. En el gran salón de la planta baja, las mujeres, con faldas largas y velos islámicos, sirven el té a los visitantes y sostienen a la madre de Mariam, Patimat. "He recibido la foto de la cara de mi hija muerta por el móvil. Desde entonces ya no duermo. Era hermosa, inteligente, dotada... No logro creérmelo...", solloza Patimat, sentada con las piernas cruzadas sobre una gruesa alfombra.
El padre, Rasul, dice que reconoció de inmediato a su hija. Él tampoco entiende todavía cómo Mariam, que llevaba una vida dedicada por completo a su trabajo de directora adjunta de la escuela y a sus labores del hogar, acabó con un cinturón de explosivos en el metro de Moscú.
"Era creyente, pero no extremista. Quería aprenderse el Corán de memoria", explica este montañés delgado de ojos verdes y barba blanca corta. Rasul y su mujer dan clases en la escuela del pueblo desde hace 35 años; él, de literatura rusa; ella, de ciencias naturales. Mariam era la pequeña y siempre andaba pegada a su madre. Y además era muy brillante: licenciada universitaria (en Matemáticas y en Psicología) e impartía clases de informática en la escuela. La detención en 2008 de su hermano Ilias, de 32 años, marcó tanto a Mariam como al resto de la familia. El joven, acusado de pertenecer a los NVF (bandas armadas ilegales) que proliferaban en el bosque y disparaban contra los policías y las fuerzas federales, fue torturado atrozmente por los servicios. Nunca confesó.
Condenado a ocho meses de cárcel por llevar una granada, fue liberado en 2009. "El terror llama al terror, la sangre engendra la sangre", repite Rasul. La policía afirma que Ilias es el adjunto del caudillo militar Magomedali Vagabov, el "emir de Guben", un pueblo situado a 40 kilómetros de allí. Desde entonces, Ilias se encuentra huido. "Ya no duerme aquí, es demasiado peligroso", confiesa su madre. Según los servicios de seguridad rusos, Mariam era una de las esposas secretas del emir.
A todos les horroriza el hecho de que la fiscalía busque al hijo mayor, Anvar, de 36 años, que reside en Moscú. Las videocámaras del metro supuestamente le grabaron acompañando a su hermana el día del atentado. La familia se cree perseguida. "Seguimos la palabra de Dios al pie de la letra y por eso no nos quieren", señala Zalina, una joven prima, vestida con un largo abrigo negro y con un pañuelo que la cubre mucho.
Los padres y su entorno son seguidores del salafismo, un islam rigorista. La aldea de Balajani cuenta con tres mezquitas, una para los representantes del islam oficial sufí y las otras para las corrientes salafista y wahabita, importadas a principios de los años noventa por predicadores procedentes de Oriente Próximo. "Un tercio del pueblo es sufí, otro tercio profesa el salafismo y el resto es indiferente", explica un interlocutor que desea mantener el anonimato.
El islam importado gana terreno con lentitud. "Los salafistas quieren imponer la sharía, hacen llamamientos para matar a los rusos sólo porque son rusos; es insoportable. Y, sin embargo, tienen muchos simpatizantes", prosigue la misma fuente. Es evidente que existe una conexión entre este islam rigorista y la guerrilla. En Moscú dicen que los "hombres de los bosques" reciben financiación del extranjero, pero la realidad es más compleja. "La guerrilla recauda un impuesto revolucionario. Un tercio de los empresarios de Daguestán lo paga bajo coacción. Hace tres años, los empresarios pagaban su cuota por voluntad propia, hoy en día es obligatorio. ¡Es un sistema!", explica Rustam, un joven empresario de la capital.
En nombre de la lucha contra la guerrilla, los servicios de seguridad secuestran, torturan y matan. Según Rustam, "estos métodos no hacen más que agravar el problema". La opinión generalizada es que los "hombres de los bosques" constituyen un semillero perfecto de asesinos a sueldo para determinados empresarios preocupados por acallar a la competencia o para los políticos deseosos de saldar sus cuentas. "Todo el mundo les teme. Aquí ningún juez condena a un hombre de los bosques por miedo a pagarlo con su vida", asegura un comerciante.
© Le Monde. Traducción de News Clips.
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