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Columna
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Con pabellón de conveniencia

El presidente del Consejo Pontificio de Cultura de la Santa Sede, el arzobispo Gianfranco Ravasi, ha pasado estos días por Valencia para apadrinar la nueva cátedra de Fe y Razón, un oxímoron de linaje teológico que se impartirá en la Universidad Católica. Dónde si no. Con tal motivo el prelado fue cumplimentado por distintas personalidades eclesiásticas, del gobierno y de la cultura, incluido el dirigente del PSPV, Jorge Alarte, que ya comparece en toda clase de eventos, y giró una visita al IVAM, el Instituto Valenciano de Arte Moderno, acompañado por un florón de artistas, alguno de los cuales tuvo la oportunidad de glosar sus propias abstracciones ante quien sin duda es un perito en misterios insondables.

Un acontecimiento que se inscribe en el incesante proceso de expansión y consolidación de la docencia confesional católica por estos lares valencianos y que en esta oportunidad ha suscitado la colaboración de ese puñado de distinguidos artistas que responden a la idiosincrasia dominante del gremio, consistente en arrimarse acríticamente al sol que más calienta. En este caso, y en estos últimos tres lustros, se han acogido al PP, pero están igualmente prestos a rendirle tributo de pleitesía al partido que en su día -porque hemos de suponer que ese día llegará- tome el relevo y, aunque sea meramente por razones de prestigio, movilice a las llamadas fuerzas de la cultura, incluyendo, obviamente, a sus miembros más tornadizos, como estos.

Debido quizá a una consideración apresurada se repute de impostores a estos artistas, que en buen número lo son de alto mérito. Abonaría tal impresión el hecho de que no pocos de entre ellos proclamaron otrora su rojerío o, cuanto menos, su arrogante independencia de todo poder institucional, a la espera, evidentemente, de que ese poder les amparase y les hiciese algún mimo en la forma acostumbrada: adquiriendo obra o financiando muestras y catálogos. Pero en realidad, livianos como andan de equipaje intelectual, su única adhesión inquebrantable, su simple ideario, se limita a su obra y al pánico que les causa la indiferencia y el fracaso en un mercado tan movedizo y competitivo como es el artístico. No habría de extrañarnos, pues, que siempre estén prestos a venderle su alma al diablo de turno y a que surquen la vida bajo pabellón de conveniencia.

La verdad es que no tienen manías y ni siquiera principios, si por tales entendemos algunas convicciones morales, aunque otra cosa parezca deducirse de ciertas biografías, como queda dicho. Consuelo Ciscar, la directora del mentado instituto, los conoce como paridos y los pastorea con un mero chasquido de los dedos, al que acuden dóciles, agradecidos los unos por las dádivas recibidas y esperanzados los otros por las anheladas. Así se comprende la lúcida cohorte de creadores que reunió en torno al ilustre dignatario vaticano, que por cierto anunció su intención de que la referida cátedra tendiese puentes con todos los actores culturales, incluidos los ateos. Por lo pronto ya ha podido vérselas con un ramillete de cínicos. Porque es justo anotar que, en contraste con estos peleles, hay artistas que no han renunciado a su civismo y coherencia, a quienes escandaliza la degradación democrática que padecemos en el País Valenciano, la pedofilia de tantos eclesiásticos y la vergonzosa corrupción abonada por este gobierno autonómico. Y que tampoco acuden al chasquido de la tralla o el aliciente del caramelo, como animalitos de circo.

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