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Un enclave fronterizo

Los barrios son lugares donde se forjan significados y experiencias socialmente visibles que construyen identidad. Ahora bien, luchar contra prejuicios y rechazos no es sencillo cuando ello afecta a la identidad de un barrio entero, algo que sucede a Juan XXIII, en Alicante, uno de esos enclaves que intenta construir su futuro tratando de desprenderse de muchos de los estigmas que ha acumulado con el paso del tiempo.

Juan XXIII forma parte de los barrios de la zona norte de Alicante, que ejemplifican esa morfología del abandono, marginación y exclusión, generada en numerosas ciudades. Para muchos, la simple mención de su nombre supone el exponente de deterioro social y urbano en la ciudad, aunque nunca hayan pisado sus calles y hablado con sus vecinos, gentes trabajadoras que se esfuerzan por salir adelante.

El barrio ha sido siempre un espacio que delimitaba un extremo de la ciudad, alcanzando, con el paso de los años, el metafórico rol de frontera, acentuado al acoger a un número importante de inmigrantes que acudían a la ciudad desde la década de los noventa del siglo pasado procedentes de hasta 83 países distintos. Su crecimiento ha sido espectacular: la colonia extranjera ha pasado de apenas 177 personas en 1997 a 2.947 en el último año. Esta evolución ha evitado, en paralelo, algo tan devastador como su progresivo declive demográfico.

Mientras Alicante construía sus flamantes barrios residenciales en la zona de playas, otros barrios como Juan XXIII sufrían un deliberado proceso de incuria y degradación, careciendo de infraestructuras y equipamientos esenciales, al tiempo que contaba con unos servicios públicos tan escasos como sobrecargados. Precisamente fue la llegada de inmigrantes lo que posibilitó que muchos de sus vecinos abandonaran el barrio para dirigirse a las nuevas viviendas que se construían en la zona de playas al poder vender o alquilarles sus pisos, mientras que aquellos otros que se quedaban, vivían el progresivo empeoramiento en sus condiciones de vida coincidiendo con la llegada de estos inmigrantes sobre los que proyectaban, en muchos casos, el creciente malestar que acumulaban. Claro que no podemos olvidar que el deterioro en algunos de sus edificios ha atraído a población marginal que encontraba allí un magnífico ecosistema, contribuyendo a dificultar la convivencia comunitaria.

Juan XXIII apuesta por un futuro en el que se pueda trabajar en una rehabilitación integral del barrio y de sus edificios más dañados, construyendo equipamientos y dotaciones esenciales largamente reclamadas, sin olvidar algo tan básico como es una profunda revitalización social, sostenida y cualificada. Todo ello es esencial para dignificar el barrio, romper su aislamiento y derribar temores. Sin embargo, no hay mayor miedo que el que surge de la inseguridad sobre el presente y se proyecta sobre la incertidumbre ante el futuro, y eso no depende exclusivamente del barrio.

Carlos Gómez Gil es sociólogo

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