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Reportaje:

El manantial compostelano

El Ayuntamiento recupera la historia de las fuentes de la ciudad y la lucha por el abastecimiento de los barrios periféricos nacidos en el siglo XIX

Hubo un tiempo en el que la ciudad de Santiago buscó desesperadamente agua bajo la tierra. Los manantiales de los montes de Vite no bastaban para saciar la sed de una ciudad que se expandía hacia los barrios rurales. Ni las fuentes más antiguas, como la de Cervantes o la del Matadoiro -que además era de las mejores, famosa por su agua fresca- podían satisfacer las necesidades de los vecinos, y menos en época de sequía. Los arrabales clamaron por fuentes propias, y a veces las consiguieron, pero con la generalización de la traída y la llegada del agua a las casas, la lucha de los barrios por su abastecimiento quedó en el pasado. Ahora el Ayuntamiento de Santiago resucita la historia de sus fuentes más célebres con la edición de Fontes con historia, un folleto para repartir en los centros educativos y socioculturales de la ciudad tomando como pretexto la celebración del Día Mundial del Agua hace dos semanas. El Ayuntamiento continúa así una tarea de documentación empezada el año pasado con la historia de las traídas.

Vite fue el gran surtidor de agua de Compostela hasta los años veinte
Rara era la traída que no permitiese la trampa a través de enganches ilegales
El de aguadora era el oficio peor pagado entre las sirvientas
En el siglo XIX, las canalizaciones de plomo sustituyeron a las de barro

Santiago, como cualquier otra ciudad, nunca habría existido si no tuviese fuentes cercanas. Reza el dicho popular que "entre el Sar y el Sarela está Compostela", pero además de los ríos -en cuyas orillas existieron numerosas curtidurías hasta bien entrado el siglo XX- estaban los manantiales. El de Monte de Dios, en Vite, fue el gran surtidor de la historia de Compostela. Sus aguas iban a parar al depósito de la fuente de San Miguel, en el casco viejo, y desde allí se repartían al resto. Otras fuentes tenían su propio manantial y rara era la traída que no permitía la trampa, normalmente con enganches ilegales.

"Normalmente eran los vecinos los que solicitaban la construcción de una nueva fuente", explica Mercedes Vázquez, miembro de la empresa Dehistoria, a la que el Ayuntamiento encargó la elaboración del folleto. En los barrios preocupaba la carestía del preciado líquido, tanto para beber como para asearse, alimentar a los animales o sofocar un incendio. La urgencia de los vecinos contrastaba con los escasos recursos de los municipios, que aprovechaban materiales desechados de otras obras para levantar pequeñas fuentes. "El reciclaje es muy antiguo, y traer la piedra de otro lugar era más caro, así que cuando arreglaban una calle reservaban losas para los caños", explica Vázquez. Todo era poco para que la ciudad pudiera abastecerse. En el siglo XIX se sustituyeron las antiguas canalizaciones de barro por otras de plomo y creció la preocupación por la salubridad del agua, a través de la que se propagó una epidemia de tifus en 1885.

Los barrios crecían extramuros y había que darles de beber. El de Rapa da Folla solicitó su fuente en 1882. Aludió para ello a las necesidades de la clase obrera, mayoría en los arrabales, cuyos trabajos no les permitían malgastar el tiempo en las inmensas colas que se formaban en las fuentes de la zona vieja. El Ayuntamiento accedió a la obra, pero poco después tuvo que suspenderla porque la dinamita usada para minar la calle ponía en peligro las casas. El fallecimiento del contratista no facilitó las cosas y tampoco las penurias económicas de la ciudad de Santiago. Al final los vecinos tuvieron que costear una parte de las obras, un esfuerzo titánico porque muchos ni siquiera podían servirse de "manos mercenarias" para abastecerse de las fuentes ya existentes.

Aquellas mercenarias eran las aguadoras, a menudo las peores pagadas entre las criadas de las casas. Comenzaban muy jóvenes en el oficio, casi niñas, y si les iba bien conseguían hacerse con su propia sella. "Era un trabajo muy esclavo, porque la mayoría llevaban varias casas a la vez y tenían que transportar el agua en las peores condiciones, con sol o con lluvia", cuenta Vázquez. Las aguadoras -que desaparecieron a partir de los años 20, cuando se construyó la primera traída moderna de la ciudad- formaban parte de la mayoría para la que el agua era un bien escaso. En el verano de 1917, los manantiales que surtían la ciudad no producían más de 300 metros cúbicos de agua. Pocos años antes, 490.

De la historia de las fuentes de Santiago forman parte también las que desaparecieron o cambiaron de lugar. La del Paraíso, que hasta el siglo XV presidió la Acibechería, era la más concurrida, porque servía a los peregrinos para refrescarse después del largo camino. El baño no estaba autorizado, pero en ella, asegura Vázquez a modo de ejemplo, cabían "quince personas juntas".

Aguadoras en la antigua fuente de la Senra, en Santiago, en el año 1917.
Aguadoras en la antigua fuente de la Senra, en Santiago, en el año 1917.

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