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Columna
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Perplejidades

El auto del juez instructor del caso Matas parece el de un hombre que se ha sentido perplejo y cabreado al comprobar que un reo de la justicia le tomaba por idiota. La perplejidad y el cabreo del magistrado son los de cualquiera de nosotros cualquier día de la semana y a propósito de multitud de asuntos. Así, al escuchar decir a Rajoy que ya dijo ayer lo que tenía que decir, cuando ayer no dijo nada, sentimos lo mismo que el juez al oír que los pisos del ex presidente no son suyos, o que su patrimonio es el resultado del ahorro, o que no controlaba los dineros públicos porque asistía a muchas bodas. Ignoramos a cuántas bodas asiste Rajoy, pero entre langostino y langostino debería hacer alguna declaración seria sobre asuntos que le quedan tan cerca. Perplejos y cabreados nos quedamos también cuando vemos salir a Tamayo de la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid amenazando con tirar de la manta de no ser recibido por su protegida, Esperanza Aguirre. La perplejidad se convierte en estupefacción cuando pasan los días y si te he visto no me acuerdo. ¿Le dieron lo que pedía, quizá lo que le debían? ¿Y quién nos paga a nosotros, pobres mortales, como el juez del caso Matas, todas las explicaciones que se nos deben desde aquella operación mafiosa que cambió el sentido del voto de los madrileños? De piedra nos quedamos, asimismo, al comprobar dónde encontró trabajo el guardaespaldas de Tamayo tras amenazar a su vez, qué curioso, con cantar La Traviata. Cabreados estamos con lo que nos cuentan del tesorero Bárcenas, en fin, y con lo que explican a propósito de Camps, y con la defensa que Génova hace de Fabra. Todo ello por no hablar del modo en que la Iglesia ha venido protegiendo y ocultando a sus pederastas, a los que en algún caso ha tratado de pobres mártires tentados por adolescentes sin escrúpulos.

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