Tangos macarras
Acho Estol revoluciona el género con 'Buenosaurios', álbum turbio, noctívago y repleto de divinos perdedores
Puede que a estas alturas Acho Estol haya trascendido ya la condición de tanguero (que no es poca). Puede, porque este porteño de 45 años no es sólo el guitarrista y compositor de La Chicana, sino también un poeta cuyo repertorio se estudia en las escuelas de psicoanálisis; el hijo putativo que Tom Waits siempre quiso tener a orillas del Río de la Plata o el responsable de frases tan brillantes ("te quiero con los ojos cerrados, como los perros a la gente") que han servido para reconciliar parejas a través de los programas de mensajería instantánea. Estol prueba suerte ahora en solitario con Buenosaurios, un testimonio de "talante nochernícola" y una declaración de amor hacia toda esa fauna de marginados que, "como buenos perdedores, son gentes de ideales nobles".
"Como a Almodóvar o Waits me interesan los seres grotescos", dice el músico
"Odio a los organismos oficiales, sólo les interesa el tango 'export"
Buenosaurios nació casi por casualidad, fruto del carácter incontinente de quien lo firma. Su pareja y cantante de La Chicana, Dolores Solá, se había enfrascado en una grabación de tangos clásicos pero él no fue capaz de soltar el lápiz. Sólo que esta vez entregó sus 13 nuevos tangos a voces masculinas, desde leyendas del género (Tata Cedrón, Juan Vattuone) a tangueros de la nueva hornada (Chambouleyron), rockeros como Palo Pandolfo o Antonio Birabent, o trovadores que, caso de Pablo Dacal, han coqueteado más con Dylan que con Gardel.
"Lo de no cantar yo era para sacarme ese peso de encima", se excusa Estol, locuaz por devoción, en un hotel de la Gran Vía madrileña. "Yo me atrevo a cantar un concierto completo de rock, pero el tango o el folclor requieren unos requisitos profesionales: como el fontanero que huye de las chapuzas o el futbolista al que no se le desgarra el músculo al primer encontronazo".
Encontrado el vehículo de expresión, Estol quiso erigir un universo de personajes derrotados y malditos. Por Buenosaurios pululan un soldado desertor, una prostituta mal alimentada, un boxeador que se desmorona con sólo rozarlo, un futbolista que se las da de profeta o el gaucho que deja su pueblito por el planeta Marte. ¿Algún parecido con la realidad? "Por supuesto que casi todo es ficción, porque el realismo documentalista no lleva a ninguna parte", aclara Estol. "A mí me interesan los seres grotescos, a la manera de los que retratan Almodóvar, Tom Waits o Shakespeare".
Pese a sus deformidades, esa fauna suburbial aflora tierna, entrañable, intensamente humana. "Puede que sea una visión algo idealizada", admite su creador, "pero los prefiero a la inmoralidad del dirigente trepa o a todos esos presuntos cristianos a los que le importa un carajo el prójimo". Paisaje y paisanaje encierran, para qué negarlo, un trasfondo casi político. "A la derecha argentina le interesa convencernos de que estamos a merced de maleantes y asesinos. Así asustan a esa burguesía que les seguirá votando. Yo prefiero prestar atención a los marginales y preguntarme por qué un chaval de 13 años agarra un revólver. Me interesa reflotar su historia de opresión, pobreza y derrota".
El suyo es, sí, un tango incómodo y contestatario. Por eso a Estol le temen más que a un mal catarro en organismos como la Secretaría de Cultura de Buenos Aires. "Están demasiado ocupados con el tango for export, con esos locales donde 300 japoneses que pagan en dólares escuchan una vez más La Cumparsita", anota, casi iracundo. "Yo me sublevo contra las postales estereotipadas. Por eso odio profundamente estos organismos oficiales... y espero que a sus responsables les suceda otro tanto conmigo".
Para redondear ese discurso provocador, la edición argentina de Buenosaurios luce, orgullosa, una señal de prohibido sobre la estampa de un pinchadiscos. Al dibujo le acompaña la leyenda "No contiene tango electrónico", toda una andanada contra los Gotan Project, Bajofondo y demás inventos modernos. "Debemos crear la tradición; no saquear, aportar", argumenta. "Y yo amo el tango. No necesito que la Unesco me expida un certificado de tanguero, el tango me pertenece".
Una de las nuevas piezas se titula, precisamente, Mi involución. Y Acho Estol -que en breve debutará como novelista con El vuelo del cóndor punk- se despide con una confesión: "¿Que si soy un inadaptado? ¡Pues claro! Pero hay más verdad y más relevancia en frases tangueras de hace 80 años que en todo el rock argentino de hoy en día. La revolución está en las catacumbas, no en ese rock bonaerense que sólo sabe grabar enésimas versiones de Spinetta o Charly García".
Otros 'piantaos' rompedores
- Daniel Melingo. También cuenta con un pasado rockero, en los míticos Los Abuelos de la Nada, pero ahora ejerce de tanguero ingobernable con voz devastada y directo convulso. Es capaz de empaparse de agua, desplomarse por el escenario o arrojar sus calcetines al público.
- Adriana Varela. La tanguera que más adoró Manuel Vázquez Montalbán fue pupila de Roberto Polaco Goyeneche y ha cantado junto a Sabina y Serrat. Con los años su voz no ha hecho más que ganar en alto contenido de alquitrán.
- Fernando Saccheri. Un descubrimiento del propio Acho Estol, que acaba de producirle su primer álbum, Manos que aún deshojan margaritas. Tango, milonga y candombé con regusto africano y temáticas casi virginales.
- Juan Vattuone. Ama el pintoresquismo del tango y actualiza su esencia arrabalera con incursiones en el rap o la expresión clown. Su mezcla de estilos es tal que mejor fiarse de su propia definición: "Soy un cabrón revolucionario".
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