El valor de la música
Resulta excepcional desde todo punto de apreciación que nos enfrentemos a un ballet de argumento en dos actos, con música en directo, en un centro cultural madrileño; el esfuerzo ha sido notorio. Se trata de Romeo y Julieta, primer gran ballet de la era soviética y la partitura de ballet más importante del siglo XX y de las que mejor resisten el tiempo y el versionado. Ya Prokófiev pasó lo suyo en los años treinta, con un poder de mano dura (dominado por Stalin y los suyos) asediándolo, acusándolo de distorsionar el buen nombre de la música rusa. De aquellas cuitas donde hay dolor, dudas, precariedad, huida y miedo, surge esta obra potente, intensa, de retratos sonoros precisos y que aporta la posibilidad de armar una lectura coreográfica de cualquier índole o estilo. Tal es su valor intrínseco, su envergadura estética y sobre todo, su parcelación estructural.
ROMEO Y JULIETA
Coreografía: Juan Miguel Hernández. Música: Serguéi Prokófiev. Ensemble Il Prologo. Dirección musical: Rodrigo Guerrero. Compañía Ballet y otros. Centro Cultural Moncloa. Hasta el 31 de marzo.
Esta versión de cámara es discreta en cuanto a montaje (Serge Lifar en 1955 hizo una en este formato). Hay que decir que el escenario es ingrato por sus dimensiones y la orquesta encajada en medio del público logra un protagonismo que al final se agradece.
Una delicia de orquesta
El poder de la música se impone sobre la propuesta escénica (coreografía y dramaturgia), amén de la poca idoneidad de un vestuario modernizante poco estudiado. En cierto sentido, se ha comenzado la casa por el tejado. Hernández no tiene solvencia para leer la obra desde una confluencia coréutica con lo musicológico; le queda grande. En la plantilla conviven artistas de diferentes niveles, hay irregularidades técnicas y artísticas que perturban el resultado. Los dos solistas, el propio coreógrafo y Elena Chamorro, se afanan en dar credibilidad, pero el ballet es modestia y ambición, mucho espejo y severa autocrítica.
En cuanto a la orquesta Ensemble Il Prologo y su director, fue una delicia y su trabajo magnífico, salvan la velada. Todos los instrumentistas resultaron comprometidos con los matices y el estilo (ciertamente complicado) de la pieza, dar cuerpo desde la formación camerística a una plástica que a veces roza la monumentalidad (entrada de invitados al baile) o el retrato psicológico íntimo (balcón, danza del amor).
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