Cajón de sastre
A ver, la cosa empezó el sábado en Mallorca. El Barça ya ganaba con el gol de Ibrahimovic y el partido se desparramaba hacia un final amable para los azulgrana. La imagen de la tele nos mostraba a Alves dispuesto a sacar un fuera de banda cuando una voz del banquillo le recordaba algo. Alves amagaba varias veces con sacar, se retrasaba, perdía tiempo y el árbitro se veía obligado a sacarle la tarjeta amarilla. Casualidad, era la quinta y, con ella, el infatigable lateral tendrá que descansar la semana próxima, contra el Athletic, para quedar libre para afrontar el encuentro frente al Madrid.
La cosa me dejó cierto mal cuerpo. No me gustan estos juegos pseudodeportivos, que se juegue con la justicia, esa que es igual para todos, de forma que saquen provecho los más poderosos.
No me gusta que se juegue con la justicia, esa que es igual para todos, de forma que saquen provecho los más poderosos
Andaba en medio de cierta confusión cuando me puse a disfrutar del encuentro entre merengues y colchoneros. Pasión, tensión, goles, grandes jugadas, un excelente partido sobre todo si no eres seguidor del Atlético. Pensaba en las posibilidades de que los puntas rojiblancos aparecieran en escena para complicar la vida a los defensas blancos y, justo cuando el partido caminaba buscando el silbato final, a Sergio Ramos le da el mismo ataque que a Alves y queda paralizado para ejecutar una falta. Tarjeta, objetivo cumplido y descanso el domingo siguiente para estar perfecto para la cita del gran clásico. Segundos después, Xabi Alonso se sube al autobús de los autosancionados.
Ya, ya sé que esto es un juego de listos y pillos, como nos decía Luis Suárez en la sub 21; ya sé que para muchos no hay más partido en esta Liga que el duelo entre el Madrid y el Barça; ya sé que algún seguidor del Athletic y el Racing se alegrará de que los rivales de sus equipos no dispongan de sus mejores jugadores para verse con sus clubes respectivos. Lo sé y, sin embargo, cierta desazón me acompañaba cuando veía a los unos y los otros tan alegres con su sanción y a los árbitros con una media sonrisa que delataba que sabían de qué iba el juego. Me pregunto si el Comité de Competición no puede entrar de oficio para actuar en situaciones como estas. Me pregunto qué pasaría si Undiano en el Bernabéu o Fernández Borbalán en el Ono Estadi hubieran decidido esperar hasta que el balón se pusiera en juego. Tal vez todavía hoy estarían Alves en la banda y Ramos en el centro del campo amagando el saque y toda la grada dormida, desesperada, deseando que el sainete finalizara.
El caso es que tanto desde las filas blancas como desde las azulgrana nos aseguran que la Liga se gana partido a partido; que el reto no es la cita del Bernabéu, sino el siguiente encuentro. Nos aseguran que ganar cada partido precisa de ellos lo mejor. Me dirán que sus plantillas son amplias y llenas de buenos jugadores que van a mantener el nivel de juego. Pero a mí me queda la sensación de que se saben superiores a los demás de tal forma que su diferencia será la que se haga dentro de 15 días y no en la próxima jornada.
De todos modos, si quieren que me quede con algo de la última jornada, les diré que en mi memoria se dibuja una y otra vez el maravilloso pase de Xabi Alonso, dibujando una diagonal perfecta, con la fuerza justa para habilitar a Arbeloa, que resolvió como los delanteros buenos. Este Alonso es de esos que hacen que merezca la pena encender el televisor para sentarse a ver una partitura suya. Ya no les digo nada si lo pueden ver en directo. Yo no me lo perdería. Eso sí que es fútbol.
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