El éxito, un camino sin salida
Julius Malema es negro y tiene 28 años. Es dueño de dos casas y de varios coches de lujo. Cobra 2.000 euros al mes por su trabajo al frente de las juventudes del Congreso Nacional Africano (el célebre ANC de Nelson Mandela), un sueldo insuficiente para financiar su estrambótico estilo de vida. Su último cumpleaños lo celebró en un estadio de fútbol, y roció con Moët Chandon a la prensa acreditada que cubrió el evento. Dicen que el abundante dinero que maneja procede de sus excelentes relaciones con el Gobierno, que ha adjudicado contratos millonarios a algunas de sus empresas.
El portavoz de la Liga Joven ha dicho, para justificar a su jefe, que "el ANC luchó por el estilo de vida de Malema". Así que sus delirantes excesos no producen entre los suyos rechazo alguno. Más bien al contrario. Algunos de los nuevos cuadros del partido que en su día fue un referente en la lucha por los derechos humanos en su infatigable batalla para erradicar el apartheid en Suráfrica se inclinan ahora, más que por la justicia social, por el éxito. Consideran que Mandela y los suyos no sólo se enfrentaron a un sistema legal aberrante, sino que pelearon también para que los negros pudieran disparatar tanto como esos blancos que los oprimieron, marginaron, explotaron, violaron y asesinaron, entre otras cosas.
El éxito por encima de todo, y éxito significa coches deportivos, fiestas, cocaína y desenfreno. Lo que en la jerga del hip-hop surafricano se llama bling: lujo, ostentación. Acabar con el apartheid no ha terminado de arreglar las cosas en un país donde los blancos siguen ganando seis veces más que los negros y donde hacen falta dos millones de casas para sustituir a las chabolas. El camino del bling para sortear ese atolladero no es sin embargo ningún atajo, es coger una vía sin salida alguna.
Para comprender el inmenso salto que dio Suráfrica al eliminar el apartheid basta observar cómo en los modales de George Bush, el ex presidente de Estados Unidos, sigue vivo el viejo imaginario esclavista. Tuvo que darles la mano a unos cuantos negros en Haití, y se la limpió de inmediato en la camisa de Bill Clinton, no fuera a infectarse. La gesta del heroico pueblo surafricano no puede quedar enfangada por el éxito de sus nuevos dirigentes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.