Asnoterapia
En la parroquia de San Xulián de Laíño, concello de Dodro, de la que soy nativo, hubo un tiempo, por allá antes de la crisis del petróleo, que había más burros que vacas si la memoria no me falla. El otro día supe que en Australia tocan a dos canguros por habitante. Y no lo digo en reservas de carne, que es muy alimenticia la del marsupial, sino porque ese país de las antípodas tan moderno ha logrado conservar su patrimonio nacional y el canguro es símbolo por extensión de todo lo aussie.
A día de hoy en la parroquia de Laíño deben de quedar no más de una docena de burros, y esto es debido sobre todo a la evolución de la especie humana: ya no los necesitan para las faenas agrícolas porque el campo hace años que se ha abandonado, o "echado a monte" como se suele decir por aquellos pagos.
Laíño y Herbón tenían las mejores monturas, pero también optaban al triunfo Pazos y Extramundi
Cuando llegaba la Pascua padronesa los burros de toda la comarca vivían su momento de gloria, puesto que se disputaba, y creo que se sigue disputando, el famoso derbi que recorría la villa entre los aplausos y las chanzas de un numeroso público congregado por las calles como si fuera el Grand National. Conocí en persona a algún jockey de aquellos tiempos y a algún pollino que al otro día regresaba a las cuadras entre la indiferencia de los mortales. La carrera en realidad no daba mucho de sí salvo que ciertas enemistades entre las hinchadas, tipo Palio de Siena, afloraban y daban lugar a una rivalidad más o menos simbolizada en los cuadrúpedos. Que yo sepa Laíño y Herbón tenían las mejores monturas, aunque de vez en cuando también optaban al triunfo Pazos y Extramundi.
Recordé aquellos años de lentitud al leer en este periódico que algunos descendientes de esa época se habían convertido ahora mismo en sabios doctores del comportamiento humano en el centro de asnoterapia de San Salvador dos Penedos, en el concello ourensano de Allariz. La Asociación Andrea, a la que desde aquí felicito, ha logrado salvar de la desaparición unos cuarenta ejemplares que se dedican ahora mismo, dada su sociabilidad, a trabajos de compañía con personas discapacitadas y a rumiar toda la hierba que son capaces en las tierras colindantes. Una buena jubilación en suma. No es que los burros de ahora sean distintos a los de mi infancia pero, me temo, que los humanos de antes si eran muy distintos a los de ahora. Lo digo para bien, la prueba está ahí en el uso pedagógico de un animal sociable por naturaleza, y para mal, a algunos sólo les faltaba y les sigue faltando rebuznar.
A este paso también en Galicia va a ocurrir lo que ya está sucediendo en los Estados Unidos: la mayoría de los escolares de las grandes ciudades pintan el pavo ya cocinado en la bandeja de Acción de Gracias. El mundo rural agoniza. Y es que aquello que despreciamos hace años, desde los berros a los berberechos, pasando por los burros, demuestra una rara inteligencia que nos advierte de lo que carecemos nosotros, como si el planeta se encargara una y otra vez de recordarnos que somos una especie más entre todas.
La parábola de los burros puede considerarse, mucho más que la de los toros, como una de las más filosóficas y acertadas de cuantas pueblan el bestiario. Los animales de carga somos ahora nosotros y ellos son los profesores de cómo llevarla, los maestros en lecciones de esclavitud, los fieles compañeros que guían con la paciencia de la que nosotros carecemos a aquellos que nunca entrarán en la carrera desenfrenada o la lucha por la supervivencia de las especies. No hay mejor moraleja: los burros llevan el paso, enseñan a los descarriados.
Y ahora volvamos a este puñetero mundo. Se sigue debatiendo estos días con gran alborozo en Madrid y Valencia la apuesta de Cataluña por eliminar por decreto la fiesta de los toros. Reputados intelectuales y mentes eminentes de todos los campos del saber han dicho que el futuro de la res brava está en los ruedos y que ese es su único camino de supervivencia. A muchos parece convencerles la explicación azteca: morir en sacrificio para seguir vivos. Un lector muy sabio le respondió en una carta a Javier Marías que después del circo romano sobrevivieron tanto los leones como los cristianos. Para mí sigue siendo la mejor explicación que he oído hasta la fecha. Lo digo en honor de los burros, un animal sin mucho prestigio cultural pero que desde ahora puede dar clases de asnoterapia a cualquier matador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.