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Columna
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Piedras rodantes

David Trueba

Reconozco que mi modelo ideal de entrevista en televisión sigue siendo la conversación pausada de un Charlie Rose o la vieja fórmula de A fondo. Pero el medio abomina de la densidad y el ritmo pausado del pensamiento. Así que mucha gente con cosas que decir no aparece jamás en televisión, porque no tiene espacio donde decirlas. Por eso los invitados en gira promocional se han convertido en el nutriente fundamental de los programas de variedades. Muchos de ellos hacen un sacrificio casi moral para ir a promocionar sus productos en algunos reductos televisivos no aptos para escrupulosos. Porque si de los productores dependiera, mandarían a Bob Dylan a Dónde estás corazón.

Programas como El hormiguero o Buenafuente se han convertido en el único reducto donde percibes que el invitado acude con relajo. Se plantea una conversación con interrupciones juguetonas para impedir que la palabra se adueñe del lugar; la palabra en la televisión es el espíritu maligno. Si los invitados son algún chico o alguna chica guapa, se permite el galanteo amable, la broma erótica y hasta el aullido del público siempre libidinoso. Se les puede empujar incluso a alguna actividad delirante o física, más que nada para verlos de cuerpo entero.

El invitado trata de promocionar su producto y recordar que se ha llevado de maravilla con sus compañeros, para luego sumergirse en una terapia lúdica. Pablo Motos coloca a los guapos dientes podridos y gafas de culo de vaso o los somete al idiotizador, un ingenio donde escuchas tu propia voz con un retorno decalado. Buenafuente suele documentarse sobre aficiones llamativas y preparar alguna sorpresa. Muchas veces, en esa desordenada charla, justo cuando el caos preside el encuentro, se alcanzan confesiones trascendentes. Son casi una terapia lúdica. Como si uno se abriera más en la montaña rusa del parque de atracciones que en la consulta del psicólogo. Y ese personaje que lleva una semana como piedra rodante de plató en plató deja escapar algo íntimo y sincero, a veces entre dientes, como si finalmente bajara la guardia y mostrara por unos segundos la persona que hay detrás. Atrapen ese instante, porque es lo más cercano que nos queda a una entrevista.

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