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Reportaje:Ciclismo

La sorpresa permanente

Tras 11 años en la cima, todas las grandes victorias de Freire parecen aún inesperadas

Carlos Arribas

La víspera, su hermano Antonio le envió un mensaje: "Me huelo que vas a ganar con una pierna". Y él le respondió: "Creo que tienes razón". Quizás este intercambio fuera la explicación de que al día siguiente, camino del castillo Sforzesco, Óscar Freire se diera un golpe en la frente: "Ay va, me he dejado una zapatilla en el hotel". Un compañero, Langeveld, volvió rápido a la habitación a recuperar la zapatilla y 300 kilómetros más lejos, siete horas más tarde, Freire usó las dos piernas para ganar la Milán-San Remo más dura de los últimos años, una carrera que respondió plenamente a su etiqueta de Mundial de primavera. Tres sanremos para Freire. Como Coppi, como De Vlaeminck.

En la meta, un periodista italiano le entrevistó. "Tercera sanremo, tercera sorpresa. ¿Cómo se las arregla para dar siempre la sorpresa?" La proposición tenía, en teoría, un tono admirativo, pero Freire, cántabro, 34 años, ya 11 desde su primer Mundial, cualquier cosa menos un ciclista desconocido o sorpresa, prefirió aferrarse a la textualidad: "¡Jopé, una sorpresa! Si yo era el único de los participantes que ya había ganado dos... Una sorpresa sería si nunca la hubiera ganado antes. ¡Espero que al ganar la cuarta nadie diga que es una sorpresa!".

"Sólo falta que algún día digan que he ganado de suerte"
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Un día después, una fiesta en Niza, champaña para todo el equipo, entre medias, a Freire, recién llegado a su casa de Coldrerio (Suiza), al hogar que comparte con Laura, su mujer, y sus hijos, Marcos y Mateo, aún le produce dentera la palabra sorpresa, como si 11 años viéndola como apellido inevitable de sus victorias, grandes y pequeñas -65 en total, tres monumentos, tres Mundiales, una Gante-Wevelgem, un maillot verde del Tour también, entre ellas- no le hubieran vacunado. "Siempre sorpresa, siempre sorpresa... Sólo falta que algún día digan que he ganado de suerte", dice; "no es la primera sanremo, precisamente, ni tampoco mi primera victoria del año, que he ganado cuatro de los cinco sprints que he disputado...".

Nadie, salvo su familia, que para eso está, parecía creer en las posibilidades de un corredor que, cuando está en forma, posee una capacidad brutal de aceleración en los últimos metros, una pedalada mágica, única, una aguda comprensión de las claves de las carreras, la paciencia necesaria, un conocimiento innato de sus posibilidades -"cuando dice que va a ganar es muy difícil que no gane", dice Antonio, su hermano-, de su cuerpo. "Bueno, eso de que nadie creía que yo iba a estar ahí no es exacto", matiza Freire; "los compañeros, los rivales, Boonen, Petacchi, Bennati, sabían que yo estaba fuerte aunque no entrara en los sprints de la Tirreno. Entre ciclistas, vemos los detalles importantes ,y también los ven los que han corrido, mientras que desde fuera los periodistas sólo se fijan en los resultados anteriores".

Freire es, según las crónicas de su victoria, un ciclista invisible con apariciones fulgurantes y oportunistas. No tiene la grandeza, para los creadores de historias, de leyendas, de un Boonen, el rey de la Roubaix y Flandes que, víctima de un problema con la cocaína, regresa más fuerte que nunca para completar su palmarés en Italia; tampoco es de la casa, no es Petacchi y Pozzato, el sprinter y el atacante, los personajes con los que se pueden crear rivalidades, lucha de fidelidades; tampoco es un niño como lo fue Cavendish, como lo es Boasson Hagen, ciclistas muy jóvenes y, por tanto, muy atractivos.

Además, Freire estaba el año pasado cansado, melancólico, apuntando a su retirada. "2009 fue muy duro. Me caí en febrero en California y estuve toda la temporada fuera de punto", dice Freire, quien, además, se vio obligado a contemplar desde la primera fila, la de los derrotados, la irrupción de Cavendish, el sprinter llegado para hacer olvidar el pasado: "Sufrí mucho en el Tour, no tanto por la superioridad de Cavendish, sino porque su equipo arrasaba y no dejaba una oportunidad a nadie. Este año el Columbia no está igual y todo está más abierto. El año pasado, además, nadie se involucraba en mi equipo. Pero eso ha cambiado en éste. Se vio en Mallorca, donde me trabajaron muy bien hasta el final, y se vio en Andalucía y también en la primera parte de la sanremo".

Este invierno, el más duro de las últimas décadas, el invierno en el que, curiosamente, menos ha podido entrenarse, menos kilómetros ha realizado por culpa de la nieve que no se derretía en las afueras de Torrelavega -lo que contribuye a la leyenda que dice que él, como Contador, como Valverde, como todos los cracks, apenas necesita nada para estar en forma-, todo cambió en la cabeza de Freire. Recuperó la chispa, las ganas. Anunció que seguirá como mínimo un año más, hasta diciembre de 2011; que su cabeza se llenaba de nuevos objetivos: "Ahora voy al País Vasco y luego a las clásicas de las Ardenas. Creo en mis posibilidades en la Flecha y la Lieja... Luego, debutaré en el Giro. Del Tour ya hablaremos. Y también del Mundial...".

Óscar Freire, el sábado pasado, en el podio de la tercera Milán-San Remo de su palmarés.
Óscar Freire, el sábado pasado, en el podio de la tercera Milán-San Remo de su palmarés.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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