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Columna
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Se acabó

¿Dice que se acabaron las Fallas?: qué va, es mucho peor. Las fiestas terminan con la quema del monumento, pero al día siguiente ya se reúne la comisión para preparar las siguientes. En el caso que comento, andan todos alelados mirando estúpidamente los últimos rescoldos de la hoguera. Durante la primavera de 1898 la pérdida de Cuba y Filipinas sumió a España en una profunda crisis política y social. A la hora de buscar culpables, todos los ojos se volvieron hacia el sistema parlamentario que habían instaurado Cánovas y Sagasta, consistente en dejar que se pudriese la situación mientras los dos grandes partidos se turnaban en el poder. El desastre provocó una honda desazón intelectual ante la evidencia de que España se había convertido en el enfermo de Europa, pero el pueblo ni se inmutó y acogió la noticia yéndose tranquilamente a los toros.

Pertenezco a una generación formada en la glosa del 98, la cual creyó que la transición política pactada en 1978 acabaría definitivamente con nuestras desdichas. Me equivoqué. En el mes de marzo de 2008, hace ahora dos años, estallaba el escándalo de las sub primes con la debacle del Bear Sterns y con él se desinflaba la burbuja inmobiliaria española. Desde entonces asistimos al penoso espectáculo del hundimiento de nuestro sistema económico, con un partido de gobierno que parece una veleta zarandeada por el viento de las expectativas electorales y un partido de la oposición empeñado en aplicar las recetas que condujeron al fracaso.

¿Y el pueblo? Como entonces, ni sabe ni contesta: pese a los cuatro millones largos de parados, la gente llena los restaurantes y no habla de otra cosa que de fútbol o de los culebrones televisivos. Tal vez espera, como en el año 1898, a que escampe. Conozco a muchas personas que dieron el pelotazo y que ahora se obstinan en no bajar el precio de venta de su piso porque confían en que la situación mejore. Infelices: tardará varios años en mejorar, tal vez décadas.

Estamos otra vez a la cola de Europa en el pelotón de los PIGS, seguimos siendo un país sin recursos materiales y -lo que es peor- sin personas formadas. Los intelectuales de la generación del 98 eran gente de la periferia que quiso levantar el país apelando a una improbable esencia que emanaría del centro. En esta primavera de 2010 están surgiendo movimientos ciudadanos que reclaman un cambio radical. Se ve que nos repetimos: ya aburre que los que pasaban por ahí tengan que sacarles siempre las castañas del fuego a los detentadores de las esencias patrias, con talante o sin él. Puede que aún haya esperanza y puede que no salgamos con bien de esta, pero lo que es seguro es que las vacas gordas no volverán. Abróchense los cinturones. Esto se acabó.

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