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Columna
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Tres menores

No hay error. En la Administración de justicia no tiene cabida el error. Esto lo sabemos todos los que nos dedicamos a estos menesteres. También lo conocen los ciudadanos en general. Especialmente los que acuden a los juzgados. La Administración de justicia, en la que todos tenemos cabida, desde jueces y fiscales a abogados, procuradores, policía judicial, médicos -forenses o no- y peritos de toda condición que colaboran con esta administración no se equivocan. Las absoluciones y condenas son legales, cuando no también justas. Poco importa que se vayan conociendo casos en los que, tras años de prisión, son puestos en libertad porque no cometieron los hechos por los que fueron condenados. No hace mucho F. Javier G. R., que fue condenado a 12 años de prisión por la Audiencia de Cádiz, quedó absuelto por el Tribunal Supremo al considerar que no había sido, ni podía haber sido, el autor de la violación de un niño de nueve años. Un niño que le había identificado en cuatro ocasiones "sin la menor duda". Los seis años de prisión que ha pasado ahí le quedan. Eso sí, le concederán una indemnización, que no será muy alta, por mal funcionamiento de la Administración de justicia. Ya sólo le resta, como dice, buscar trabajo y olvidar, si es que puede, sus seis años privados de libertad. El sistema lo digiere todo. No se individualizan las razones que le llevaron a la condena. Parece, por lo leído, que por la declaración de un niño.

Ahora ocurre otra vez. De nuevo los niños son los protagonistas de absoluciones y condenas. En esta ocasión, los niños son aún más pequeños. Tenían tres y cinco años. Uno fue violado y al otro se le hicieron fotografías desnudo. El fiscal, en su acusación, solicitaba una pena de nueve años para quien consideraba autor de una y otra conducta delictiva. La acusación particular, 16. Entendería que sería la mínima a imponer, pues el pediatra del hospital afirmó que "en toda su carrera nunca había visto un caso de tal gravedad". La Audiencia de Sevilla absolvió al procesado porque en ningún momento se tomó declaración a los dos menores, no se pudo evaluar su testimonio ni ante el juez de instrucción ni en el juicio ante el tribunal. Nadie pidió que declararan. No lo pidieron ni el juez instructor, ni el fiscal, ni el acusador particular. Sentencia que ha sido confirmada por el Tribunal Supremo. De nuevo sobre los niños cae la responsabilidad del juicio. Una violación sobre la que no existe duda, dice la Audiencia en su sentencia. Y dice también el Tribunal Supremo en la suya, que confirma la de la Audiencia, después de rechazar el recurso de casación interpuesto por el padre de los menores. Me pregunto qué pensarán estos menores cuando sean mayores. Unos pequeños, como el de Cádiz, que con su testimonio ha mantenido en prisión a una persona inocente. Estos otros que, con cinco y tres años de edad, uno ha sido violado y ambos vejados, cuando les expliquen que, además de sufrir estos atentados, tenían con su corta edad la responsabilidad de fijar condenas y absoluciones. Se lo expliquen como se lo expliquen, dudo que lo puedan entender aunque tengan edad para comprender. Sobre todo, cuando les digan que las psicólogas que les trataron afirmaron que "una comparecencia judicial no entrañaba especiales riesgos para los niños". No sé si este motivo es la razón de la absolución o si, realmente, no existían suficientes elementos incriminatorios.

Al final, tres menores que, unas veces por su testimonio y otras por no prestarlos, ven cómo sus derechos a ser resarcidos del delito, se esfuman. A la vista de todo esto y, fundamentalmente, de que el error es consustancial a la persona aunque pertenezca a la Administración de justicia, los tribunales, además de condenar y absolver, deberían determinar si en sus condenas y absoluciones se producen errores en la forma de instruir y exigir responsabilidades.

Claro que, a lo mejor, esto sería mucho pedir, porque nunca en esta Administración de justicia no hay errores; ni siquiera cuando el testimonio de un menor es clave para la absolución o la condena y nadie lo solicita.

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