Un voto de castigo
Aviso a Sarkozy y aire para los socialistas en la primera vuelta de las regionales francesas
Los pronósticos para la primera vuelta de las elecciones regionales francesas se han cumplido. La izquierda parlamentaria, con más de un 50% de los sufragios en su conjunto, y, más concretamente, la oposición socialista, con un 30%, experimentan un significativo avance, pese a una abstención histórica, que deja en evidencia los flancos de la mayoría que apoya al presidente Nicolas Sarkozy.
Es cierto que los consejos regionales tienen poderes muy limitados y carecen de papel relevante alguno en el Gobierno de la nación. Pero la abultada derrota del partido presidencial (UMP), 26% de los sufragios, y con ella la de los ocho ministros que competían en los comicios, dificultará sin duda la capacidad del Ejecutivo para abordar grandes cambios, entre ellos los del sistema de pensiones o la reforma territorial. Y haría falta estar ciego para no ver en el varapalo una expresión de descontento -por lo demás típica en las elecciones a medio mandato- tanto con la situación económica de Francia como con el liderazgo del jefe del Estado. Todo sugiere que las presidenciales de 2012 tendrán en el país vecino poco que ver para el inquilino del Elíseo con el paseo triunfal de 2007.
Los resultados del domingo, con los abstencionistas consagrados como el primer partido de Francia, deberían ser un estímulo y una demanda para que el Partido Socialista empiece a recuperar lo que tiene perdido desde hace más de una década: su condición de alternativa. Nada impide, sin embargo, que el capital político que los electores han concedido a los socialistas pueda ser dilapidado de nuevo, puesto que la lucha entre dirigentes sigue sin resolverse en el partido de Martine Aubry. En cualquier caso, el primer asalto de las regionales, pendiente de ser corroborado en la segunda vuelta, sugiere un cansancio ciudadano hacia el excesivo presidencialismo de Sarkozy y sus modos de gobernar. Y no se ve cómo la UMP puede corregir esta deriva el 21 de marzo (salvo conversión de los abstencionistas), con la extrema derecha de Le Pen obteniendo casi el 12% de las papeletas y por tanto drenando significativamente el voto conservador.
El avance de la izquierda viene a señalar un punto y final a la estrategia de descabezarla por la vía de cooptar a sus principales dirigentes, según ha hecho Sarkozy desde su llegada al Elíseo. La apuesta presidencial era arriesgada, en la medida en que dificultar la articulación de la alternativa que representa el Partido Socialista abría las puertas a un crecimiento de las opciones extremas y a la consiguiente radicalización de la política francesa. En parte, se ha producido, aunque Sarkozy ha tratado de desactivarla por su derecha asumiendo como propios, y forzando una relectura democrática no siempre fácil, asuntos que antes pertenecían a opciones como el Frente Nacional. Pero Sarkozy pretende gobernar siempre en primera línea, y en esa posición los fracasos deben asumirse por entero.
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