Lunes blanco
Es lunes. El sábado, el Real Madrid ganó (¡y cómo ganó!), los culés no pasaron del empate y, por si faltara algo, hoy nieva en Barcelona. No sé si éste es un síntoma de que la marea blanca desembarca en la ciudad condal para cubrirla con un espeso manto o si simplemente asistimos a un nuevo capítulo sobre el cambio climático. Dice el maestro Ramon Besa que dice el maestro Javier Marías que el barcelonista es el seguidor que mejor detecta la derrota. Si damos al dato el valor de verdad (nunca se sabe cuándo el enemigo nos da una información verídica de nuestras fortalezas y debilidades y cuándo el dato pasa a ser un virus que se instala en nuestro sistema informático para acabar deshaciéndolo), habremos de deducir que más de dos tertulias de lunes en territorio blaugrana habrán venido acompañadas por la referencia al blanco inmaculado de la hermosa nieve que cae sobre sus cabezas. Ya se sabe que, cuando algo va mal, lo peor que se puede decir es que ya nada lo puede empeorar. Y ésta es la mejor forma de atraer una nube aún más grande, aún más fría, aún más blanca. Sí, ya lo sé, quien haya llegado hasta este punto y sea seguidor culé me dirá que no cree que las molestias de la nieve sean menos molestias si se dan en la capital del reino, pero me da que por aquellos lares, donde los churros y las porras acompañan al desayuno (bueno, eso dice el tópico, que la mayoría de las veces que acudo por aquellas tierras nos conformamos con un café de máquina), el cafelito mañanero ha sido más alegre, más divertido (acepto que los colchoneros tendrán otro pensamiento, pero hoy me quedo con los merengues). Ya se sabe que las penas con pan son menos.
Y ahí nos encontramos al realismo catalán luchando con sus peores fantasmas, los que creía exorcizados
Y ahí nos encontramos al realismo pragmático catalán luchando con sus peores fantasmas, aquéllos que creía definitivamente exorcizados tras un año perfecto. Se empiezan a detectar con demasiada claridad las pequeñas grietas que han aparecido en can Barça. Estoy seguro de que esas grietas ya estaban antes, que esos pequeños defectos existen y existirán siempre (ya saben lo que pienso de los equipos perfectos); estoy seguro de que es la incertidumbre el principal elemento sobre el que se sustenta el fútbol y sobre esa incertidumbre nos instalamos para emitir conclusiones definitivas que nos duran como mucho 48 horas, justo hasta el siguiente partido, justo hasta el siguiente resultado. Que es esa incertidumbre, la propia y la ajena, sobre la que no se puede hacer nada salvo aceptarla y trabajar en todos y cada uno de los detalles que pueden ayudar a reducirla, a minimizarla. Y que esa incertidumbre es similar sea en Madrid, Barcelona, Bilbao o Sevilla, sólo que algunos se encuentran mejor en ese entorno inestable en el cual otros se sienten perdidos.
Y en todas estas cosas pienso mientras miro por la ventana y veo cómo la nieve cae con suavidad; mientras recuerdo la felicidad de mis hijos cuando vivíamos en Barcelona y el blanco manto cubría sus calles, por ser algo excepcional y único, cuando se preguntaban si aquella nieve les impediría ir a clase, cuando vivíamos a escasos 100 metros de la entrada del colegio (¿y quién no ha soñado con que la nieve le deja en casa para sufrir un día sin cole?); mientras pienso en aquello de "año de nieves, año de bienes", aunque estoy seguro de que hoy, tal vez solamente hoy, algún seguidor culé se preguntará si no hay forma de que la nieve sea blaugrana y caiga con fuerza en el centro de Madrid.
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