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LA ZANCADILLA | Fútbol
Columna
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'Lost in translation'

David Trueba

Qué novelón escribiría Haruki Murakami sobre el paso inane del futbolista japonés Shunsuke Nakamura por las filas del Espanyol. El Yokohama Marinos acaba de comprar su ficha por 1,2 millones de euros, pero hace unos meses Nakamura fue presentado ante más de 7.000 aficionados blanquiazules que soñaban con que el astro zurdo los colocara en el mapa internacional. Los que pensaron que el Espanyol no iba a ser el equipo perfecto para un estilista del Lejano Oriente ni en sus peores imaginaciones habrían dicho que no marcaría un solo gol y que apenas jugaría 608 minutos en Liga; casi tardas más en ver la trilogía de El padrino. Su última aparición fue para posar en la foto oficial del club, cabizbajo en el extremo izquierda de la fila de sentados. Qué gran foto de portada para esa novela posible.

Hoy en día los fichajes, como el de Nakamura, se hacen con una calculadora y variantes publicitarias

El contrato de Nakamura, a quien los bienintencionados calentadores de ambiente quisieron llamar Naka por ver si así sonaba la flauta, incluía una gira por Japón durante el próximo verano, con la que el club se embolsaría millón y medio de euros. Hoy en día los fichajes son así, se hacen con una calculadora y variantes publicitarias. Me imagino a los directivos del Espanyol frotándose las manos cuando vieron que la presentación del jugador era retransmitida en directo por la tele japonesa. Para los expertos en fútbol la clave del fracaso de Nakamura ha sido su falta de aclimatación. Y la cosa cuela, pero siempre que uno no quiera recordar que el muchacho había jugado tres temporadas en el Reggina y cuatro en el Celtic, y que no parece más complicado aclimatarse a Barcelona que a Calabria o a Glasgow. Más importante parece el dato de que su mujer y sus dos hijos se habían vuelto a Japón para esperar la llegada de un tercer hijo y quizá ese estado de soledad en un chalet de Sant Cugat haya mermado las condiciones del jugador para integrarse. Pero, ¿interesan un carajo los sentimientos de los jugadores a los señores de la calculadora?

Ahora quedan lejanos los gritos de los aficionados, "Sí, sí, Nakamura ya está aquí", en su llegada al aeropuerto de El Prat. Me extrañó entonces verle cabizbajo y sin sonreír, supuse que estaría cansado del vuelo. También era sospechoso que no hablara inglés, pese a su triunfo en Glasgow. ¿Sería como ese futbolista español que se quejaba de que Londres es aburrido? ¡Ay, Dios, a alguno lo mandas a Río de Janeiro y vuelve virgen!

La única sonrisa que soltó Nakamura a su llegada fue cuando un periodista le preguntó por qué había elegido el Espanyol. Él respondió que quería venir a la Liga española y este equipo era el que más había insistido. Da la impresión de que toda esa insistencia por traerlo ha tenido poca continuidad en la insistencia propia y ajena por hacerle jugar y rendir.

Lanzador de faltas exquisito, una especie de Beckham japo, el mediocampista tuvo que lidiar en los primeros días con las opiniones especializadas que sostenían que no había sitio en el equipo para él e Iván de la Peña al mismo tiempo. La ironía del deporte ha querido que la respuesta fuera más sarcástica: al final no hubo hueco para ninguno de los dos. En las temporadas en que hay Mundial, los jugadores seleccionables son material sensible, todos piensan en su convocatoria como uno piensa en la muerte antes de entrar al quirófano. Es algo inevitable. Para los que son carne de banquillo en sus clubes, es un momento crítico. Hay que salir del equipo como sea y poder rendir en cualquier lugar, hacerse visibles al seleccionador y la afición. Cualquiera puede entender lo que pasaba por la cabeza de Nakamura, más de 90 veces internacional con Japón, o lo que pasa cada mañana por el pensamiento de un futbolista como Gago, hoy apartado en el Real Madrid, o Robinho, o hasta Henry.

Pese a la palabrería reinante en el fútbol también hay silencios enormes como éste de Nakamura. Nadie habla de motivos personales, dificultades de comunicación, problemas de vida cotidiana; no cuentan para el negocio del fútbol. Recuerdo que cuando se estrenó la película de Sofía Coppola Lost in translation, con gran éxito en casi todos los países occidentales, hubo reseñas de prensa japonesa donde criticaban la falta de verismo en el retrato de Tokio, la visión tópica y la dejadez para intentar comprender al japonés más allá de la caricatura; en el fondo estaban llamando paleta a la cosmopolita hija de Coppola. Puede que para explicar el fallido triunfo, bonita expresión, de Nakamura en España tuviéramos que mutar nuestra mentalidad por la oriental. Queda, eso sí, otro personaje novelesco que aún nos podría dar alguna pista entre tanto silencio: el periodista japonés que sigue los pasos de ese negocio llamado Nakamura ininterrumpidamente desde hace siete años.

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