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Columna
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Universitat

Mañana conoceremos el equipo rectoral que dirigirá durante los próximos años la Universidad de Valencia. La campaña ha sido larga y complicada. En esta ocasión se han juntado todos los factores para la complejidad: un momento social difícil y en crisis, una institución con una pesada inercia tradicional que ya no puede evitar cambios y transformaciones profundas, la pluralidad de modelos posibles que se plasmaron en cuatro candidaturas. Por todo eso, junto con el juego de intereses, algunos legítimos y otros bastardos, han provocado muchas negociaciones y presiones dentro de la Universidad, también en la sociedad valenciana y hasta en otros puntos de la geografía española, ya que afortunadamente despertamos intereses más allá de nosotros mismos.

Dos candidaturas, las representadas por Soler y por Furió, han quedado excluidas en la primera vuelta. Eso es definitivo, pero a nadie se le ocurre pensar que los modelos y sensibilidades que defendían no siguen formando parte importante de la problemática de la Universitat. Puede que no estén en el núcleo de la gestión, pero una institución universitaria es algo más que administración y, si no están dentro, estarán alrededor, entrando y saliendo de aulas e investigaciones, aportando ideas y prácticas, sería un error fatal volver a los tiempos en que el poder forzaba a que muchos intelectuales estuvieran en una oposición resentida o hasta en la clandestinidad.

Las dos candidaturas finalistas, dirigidas por Morcillo y por García Benau, representan estilos distintos, orígenes muy diferentes y estrategias de solución completamente alternativas. No es posible aplicar mecánicamente los términos clásicos de la política a las posiciones universitarias, hay que matizarlos mucho por la finalidad técnica y la legitimación social de una institución que debe ser autónoma. Ese automatismo ideológico hizo en tiempos pasados que se llamara de izquierdas a rectorados que pactaron con las fuerzas más ultraconservadoras de la sociedad valenciana. Por ejemplo, refugiarse en las tecnologías como solución institucional, una especie de futurismo tecnológico, no siempre representa una postura progresista. Como tampoco el continuismo significa forzosamente ser conservador, solamente es un punto de partida, es imposible llegar a buen término aplicando las mismas soluciones del pasado.

Sinceramente no creo que las elecciones del próximo martes signifiquen la solución a los problemas de la Universidad. Morcillo o García Benau, lo que ambos simbolizan como futuro, son solo el principio de una larga negociación entre la cultura, la investigación y la sociedad. Es posible que tenga razón Morcillo cuando afirma que, en este caso, el único partido político que importa es la propia Universitat, siempre y cuando no se olvide que convivimos con otros muchos y que nos necesitamos todos.

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