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Crónica:CARTA DEL CORRESPONSAL / Moscú
Crónica
Texto informativo con interpretación

Rusia es una fiesta

Pilar Bonet

A los rusos les gusta la fiesta, y la fiesta cuesta dinero. Desde la desintegración de la URSS, el ocio en Rusia se ha prolongado y en parte ha cambiado de contenido. Las 10 fiestas del comunismo se transformaron en 11 en época del primer presidente ruso Borís Yeltsin y en 12 con su sucesor, Vladímir Putin. Sin embargo, más importante que esta contabilidad es la creativa combinatoria de los burócratas para prolongar al máximo los periodos de ocio. La legislación prevé que si alguna de las 12 fiestas cae en sábado o domingo, el descanso sabático o dominical correspondiente se traslada a otra fecha laborable, que se suma así al tiempo festivo. Si entre dos fiestas hay un día laborable, éste se convierte en feriado mediante el "desplazamiento conceptual" de un sábado, que a su vez se metamorfosea en laborable.

Desde el fin de la URSS, los rusos han alargado sus periodos de ocio
Tanta fiesta hace perder al país el 1,5% del PIB, según algunos cálculos

La posibilidad de desplazar el descanso sabático o dominical si coincide con una fiesta apareció por primera vez en el código laboral aprobado en 1992 por el Sóviet Supremo (el Parlamento de entonces). Aquella forma de suavizarle la terapia de choque de la transición al mercado a la ciudadanía irritada se ha mantenido y además, en 2005, nuevas fiestas sustituyeron a las políticamente obsoletas. Así, el 7 de noviembre, día de la Revolución de Octubre de 1917, fue reemplazado por el 4 de noviembre, día de la Unidad Nacional, en memoria de eventos del siglo XVII.

La reestructuración del ocio tiene carácter anual y se legaliza mediante una disposición del Gobierno para "el uso racional por parte de los trabajadores de los días de descanso y las fiestas". En 2010 resultan 116 días (104 sábados y domingos y 12 fiestas). Gracias a la flexibilidad contable, este capital de ocio se concreta en varios periodos de asueto que comenzaron con 10 días por Año Nuevo. Algunos expertos, como el analista Igor Nikoláev, de la empresa FBK, afirman que Rusia no puede permitirse tanta fiesta, dado el estado de la economía y la renta per cápita, que en 2009 fue de 15.000 dólares, en el puesto 52 mundial. Sostiene Nikoláev que las vacaciones de Año Nuevo hacen perder al país 630.000 millones de rublos (más de 15.500 millones de euros), lo que equivale al 1,5% del PIB.

Los partidarios de recortar vacaciones claman en el desierto. Las fuerzas políticas no se atreven a defender una medida tan impopular. A lo sumo, abogan por un reequilibrio entre la dilatación festiva de enero y el encogimiento de mayo, un mes en el que, hasta 2004, los ciudadanos descansaban nueve días seguidos, desde la jornada internacional del trabajo hasta la conmemoración de la victoria en la II Guerra Mundial. Para los rusos, mayo tiene la ventaja de poder dedicarse a las saludables labores de la dacha en el campo. Enero, en cambio, estimula la glotonería, el alcoholismo y el atontamiento frente a la televisión. En 2009, la Duma Estatal (el Parlamento) archivó varios proyectos de ley para favorecer a mayo, pero los legisladores siguen insistiendo con nuevos proyectos. No todo es fiesta. Paralelamente al ocio que afecta a funcionarios y burócratas, los rusos han aprendido a trabajar sin descanso, y son muchos los servicios, comenzando por los supermercados, abiertos 24 horas al día.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.
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