El Papa en Montserrat
Benedicto XVI consagrará el templo de la Sagrada Familia el próximo 7 de noviembre. En tal día de 1982 Juan Pablo II estuvo en Montserrat, en una jornada inolvidable por el frío, el viento y la lluvia, que dificultaron la llegada de Su Santidad y obligaron a suprimir la misa prevista y a evacuar rápidamente a los miles de fieles medio congelados. Lo que no es tan sabido es que antes de la tempestad meteorológica hubo otra diplomática. La comisión que desde Madrid organizaba el viaje no quería que el Papa visitara Montserrat, y si lo hacía daba por supuesto que todo se haría en castellano. El cardenal Jubany tuvo que ir Roma para asegurar la venida y concertar un ritual complejo: el Papa diría el canon (la parte principal de la misa) en latín, la homilía en castellano con una parte en catalán, y las lecturas y preces serían en catalán con alguna en castellano. El gerifalte litúrgico de Madrid reaccionó con una pataleta de crío mal educado.
Después del acto, en la plaza exterior de Montserrat, mientras entraba toda la comitiva en la basílica, el ceremoniero pontificio me dijo que el Papa dejaba un obsequio para Montserrat, y alguien del séquito me entregó una gran caja plana, que dejé en la sacristía. Cuando el Papa, después de venerar a la Moreneta y visitar el monasterio, acababa de irse, el padre abad Cassià Just y una docena de monjes comentábamos la jornada, y de pronto recordé el regalo del Papa. Corrí a la sacristía y presenté al padre abad aquella caja. Entre la expectación del grupo, la abrió: era una casulla. El padre abad comentó la delicadeza del Papa, que en todos los sitios donde celebraba la eucaristía llevaba una casulla y la dejaba de recuerdo; en Montserrat, había tenido que suprimir la misa, pero al menos dejaba la casulla. Pero encima había un tarjetón del revés. ¿Qué diría el Papa a la comunidad de Montserrat, con toda su historia y sus historias, y con lo fina que es la diplomacia vaticana? (aunque el socarrón cardenal Tardini comentaba: "Dicen que nuestra diplomacia es la mejor del mundo. ¡Cómo serán las otras!"). Nadie se atrevía a tocarlo, hasta que el padre abad Cassià le dio delicadamente la vuelta. Decía tan sólo (digno colofón de aquella jornada diluvial): "Lavar en seco".
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