Lo que cuesta ser embajador
El nombre no es el espejo del alma, pero hay nombres que no le predisponen a uno al desempeño de determinadas profesiones
y posiciones, especialmente cuando son tan delicadas como la de embajador. Un miembro del cuerpo diplomático paquistaní se ha visto rechazado como embajador por tres países árabes, los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, y el último en hacerlo, Arabia Saudí, porque su nombre traducido al árabe es de lo más conflictivo.
El enviado de Islamabad, que tiene una impresionante hoja de servicios -embajador en Estados Unidos, India y Suráfrica, además de alto comisionado en Canadá y director general del Ministerio de Asuntos Exteriores de su país- tiene 55 años y se llama Akbar Zeb; y ése es el problema.
Akbar es un nombre muy común en los países musulmanes, tanto árabes como de otras culturas, como ocurre en el subcontinente indostánico, habitado por más de 300 millones de musulmanes. El término significa grande, como en la conocida salmodia del islam, Alihu Akbar, Alá es el más Grande.
La cosa cambia cuando se trata de Zeb, que en urdu, la lengua mayoritaria de Pakistán, es un nombre muy común, pero en árabe es slang por el miembro viril. Y no hace falta hablar del efecto que puede causar la combinación de lo que en una lengua occidental sería el adjetivo grande junto al sustantivo al que califica. Los saudíes y los dos Estados del Golfo, que siempre han sido bastante gazmoños, al menos si los comparamos con el lenguaje de las televisiones en España, han dicho que con ese nombre no se presentan cartas credenciales en la corte de Riad.
Un intelectual saudí, Ahmed al Omran, pese a que es tenido por todo un liberal, al menos en su tierra, asegura que un nombre así "cruza todas las líneas rojas de la cultura nacional"; de ahí que le parezca impensable que los periódicos se atrevieran jamás
a publicar por motivo alguno, por importante que éste fuera, un nombre de esas características. "Se crearía", dijo, "una situación enormemente embarazosa para su país de procedencia".
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