La arquitectura urbana, capricho de la piqueta
Conversación con Casto Femández Shaw
-¿Qué pensó usted apenas conoció la catástrofe de la gasolinera de Alberto Aguilera?-¡Reconstruirla!
-¿Tuvo alguna noticia o le había llegado algún rumor en tomo a su demolición?
-En absoluto. La primera noticia la recibí de usted, el pasado lunes, cuando concertamos esta conversación. Después leí la primicia que usted publicaba en EL PAIS y que le agradezco sinceramente. Ni el Colegio de Arquitectos, ni el Ayuntamiento, ni el técnico que haya dado el visto bueno, ni el comprador, ni el vendedor... ni nadie ha tenido la gentileza de prevenirme. Han actuado furtivamente, como en la clandestinidad.
-En mi comentario de EL PAIS recomendaba al que tan alegremente hoy la ha destruido se pusiera en la piel de quien con tanto amor la alzó en 1927. ¿Cuáles son ahora mismo sus sentimientos?
-De pena, de abatimiento, de desolación. Y más que por mí, siento lo ocurrido por los estudiantes de arquitectura. Por mi estudio han pasado no sé cuántas promociones de arquitectos interesados en el proyecto de la desaparecida estación, que a lo largo de muchos años ha sido propuesto como inevitable ejercicio escolar. Algo muy análogo a lo que ha venido sucediendo con los dos bloques de viviendas que dan a la glorieta de Cuatro Caminos y a la calle de Reina Victoria.
-¿Los Titanic?
-En efecto. Se le ocurrió el nombre al ingeniero Carlos Mendoza. Vistos de noche, y con las luces de los pisos encendidas, parecían realmente dos buques. Fue mi primer proyecto de 1919, un año después de concluir la carrera, estudiado y analizado luego por unas cuantas promociones de aprendices de arquitecto. Creo que es el primer edificio que se construyó en Madrid con patios entrantes.
-A juicio mío, la recién demolida gasolinera entrañaba un claro rasgo fisonómico del Madrid moderno, y el emblema también, de una edad en que la nueva arquitectura floreció privilegiadamente entre nosotros.
-Algo tenía de ambas cosas. Muchas revistas, nacionales y extranjeras, de arquitectura se han ocupado de ella. Se trata, en efecto, de uno de los edificios más reproducidos fotográficamente, símbolo tal vez de una arquitectura que, entre los proyectos no realizados y los edificios sucesivamente demolidos, va a concluir por pertenecer al recuerdo. ¡Es lástima que la hayan derribado cuando me rondaba a diario el propósito de realizar una exposición y un desfile de automóviles de todas las épocas, en el marco de esta estación de gasolina, y rodar una película testimonial de la idea del progreso!
Un inventor
-¡El progreso! ¿Es usted, don Casto, un arquitecto futurista? Frente al racionalisnio o al expresionismo, prototípicos de los hombres de su generación, en la arquitectura de usted late siempre un espíritu visionario, al modo, por ejemplo, de Sant'Elia, perpetuamente alentado por la invención.
-Soy exactamente eso: un inventor. Tal es el título que debiera figurar en mi tarjeta de visita. Comencé estudiando ingeniería y, aun habiéndome incorporado luego al campo de la arquitectura, nunca he dejado de ver en ella muchas de las raíces del invento. Tengo patentados unos cuantos. ¿Futurismo? Sí, o si usted quiere, dinamismo o aerodinamismo.
-De esa predisposición a la ingeniería parecen dar constancia el salto del Carpio y, sobre todo, el de Jándula, en el que la idea de dinamismo queda reflejada en el movimiento ondulatorio y alternante de la presa, análogo o paralelo al del oleaje.
-El salto de Jándula es, sin duda, la obra más importante de las hasta ahora realizadas por mí. Y digo hasta ahora porque, mientras viva, no pienso renunciar al sueño de ver alzado el Monumento a la civilización, homenaje ecuménico a las conquistas de la idea, a las victorias del hombre sobre la naturaleza. Mi proyecto está pensado para coronar, justamente, una presa, a ser posible, la de Asuan.
-¿No reflejaba, igualmente, la demolida estación de Alberto Aguilera esa idea de aerodinamismo tan distintiva de toda su arquitectura?
-Claro que sí. El edificio estaba esencialmente constituido por la escueta estructura de hormigón, con claras evocaciones de la construcción naval (la torre en forma de escotilla) y aeronáutica (la cubierta, a semejanza del ala de un avión).
-¿Como su proyecto para el aeropuerto de Madrid, del año 29?
-Aquí era más patente la idea aerodinámica, hasta el extremo de que la estructura y la forma externa del edificio venían a coincidir exactamente con las de un avión. Un avión posado, como reclamo de los que andaban por el aire.
Futurismo y casticismo-
-Usted, sin embargo, ha sabido hacer compatibles el propósito futurista con una exquisita atención a la arquitectura popular, a los modos, incluso, castizos de la manifestación en general.
-De obra y de palabra. Fui fundador, allá, por los años veinte, de una revista significativamente titulada Cortijos y Rascacielos, cuya periódica difusión abarcó unos cuantos años de historiografía. En lo popular yace la raíz romántica, consustancial con el propósito del inventor. No se puede inventar destruyendo. Aniquilar la arquitectura de otro tiempo equivale a borrar episodios de la propia historia. Y eso es lo que parece animar a los vándalos que han arrasado mi gasolinera y vienen impunemente desmoronando la fisonomía de nuestros pueblos y ciudades.
-¿Le viene de familia ese interés por la poética popular?
-Ciertamente. No olvide usted que Carlos, mi padre, fue poeta, y poetas fueron mis hermanos Guillermo y Rafael, atentos, los tres, a las manifestaciones de lo popular, de lo castizo, y autores de tantas y tantas letras de nuestro teatro lírico.
-¿Influyó la amistad y la colaboración de su padre con Manuel de Falla (suya es la letra de la Vida breve) en el proyecto que usted concibió para el escenario de La Atlántida?
-Ese es otro de mis inventos. Si la leyenda de La Atlántida tenía lugar en el mar, allí tenía igualmente que desarrollarse la representación. Yo propuse como escenario una pantalla gigante y flotante, con un sistema de aspas giratorias para contener o regular el empuje de los vientos.
-¿Es para usted la idea de dinamismo cifra y ejemplo de la propia vida?
-Dinamismo y cálculo. La vida es movimiento y orden, debiendo ambas dimensiones quedar plasmadas en la idea de edificación. Mis dos grandes aficiones han sido la natación y el ajedrez. Me precio de haber sido fundador del Canoe y siento verdadera pasión en el cálculo del jaque-mate.
-¿Un maestro en las artes del orden y de la fantasía, de la invención y del cálculo?
.-Antonio Palacios. Ese sí que era un visionario, un futurista, un inventor y un inmenso arquitecto. ¡Vaya un señor! Y de él posiblemente me venga la afición al monumento. Tuve la suerte de trabajar a su lado y dibujar, incluso, las plantas del Círculo de Bellas Artes, en cuyas trazas quería el maestro plasmar algo así como las colinas del Partenón, coronadas por Minerva. Espero que los vándalos respeten su obra, del todo indispensable en la contextura y fisonomía de Madrid.
-En la lectura de su obra se aprecia un cambio notorio, brusco hasta cierto punto, entre la arquitectura de preguerra y de posguerra, acentuándose en la segunda etapa el carácter visionario, utópico, de algunas de sus edificaciones, como, por ejemplo, la proyectada bajo el título de Ciudad aerostática. ¿A qué obedece esta transición?
Un acorazado en tierra
-Llamémoslas utopías (la Ciudad aerostática entre ellas) por cuanto que no se han realizado; no porque fueran irrealizables. La guerra me conmovió a mí y a cuantos tuvieron la desgracia de sufrir sus consecuencias. Ante la ruina ocasionada por los bombardeos me entregué a la lectura de estudios científicos, que analizaban sus efectos y proponían soluciones. Yo mismo investigué, por mi cuenta, en ese terreno (la contextura del edificio, su fundamento, la modulación de sus espacios.... para salir él airoso de la prueba destructora y con vida sus inquilinos).
-En la memoria de la Ciudad aerostática usted concibe el nuevo edificio como un acorazado en flerra, en previsión de futuras guerras, al tiempo que dispone las casas como palanganas boca abajo y explica su función en estos términos Iiterales: «Y lo mismo que esta forma universal es la perfecta para verter fácilmente el líquido de su interior, de la misma manera las corrientes de aire han de adaptarse a su exterior para producir un mínimo de remolinos de aire...» ¿A qué responde esta obsesión suya en trrno al estudio y,análisis de los vientos?
-A las exigencias mismas del edificio moderno, cuya altura (¡el rascacielos!) halla su elemento más hostil en las corrientes y remolinos. Una solución (y un invento) fue esa disposición de los edificios en forma depalanganas invertidas, y otra (u otro) mi proyecto para Palacio de Exposiciones, de 1951, cuya decreciente delgadez se traduce en seguridad y en ahorro de materiales.
-El censo de su obra lo es, a su vez, de su total complexión de la arquitectura. Ha construido usted iglesias (la de los Doce Apóstoles, en Madrid; la de la Asunción, en Málaga; la del Pilar, en Fuencarral ... ), cines (él Coliseum, el proyecto del Roxi ... ), teatros (el Marquina), edificios financieros (el soberbio Banco Hispano de Edificación, en la Gran Vía miadrileña; la Equitativa, en Tetuán... ), edificios de oficinas (las de la calle Barquillo), residencias (la Residencial Riscal, el primer edificio de apartamentos en España ... ); ha trazado urbanizaciones (Bahía Blanca, en Cádiz; Nuevo Toboso, en Fuencarral; la colonia de San Lorenzo, en El Escorial ... ), ha edificado hoteles (siendo el Caleta el primer y único edificio que un arquitecto español haya alzado en tierras de Gibraltar), presas y saltos (como los ya citados de Jándula y del Carpio), ha proyectado aeropuertos y un sinfín de monumentos y de viviendas ciudadanas y populares... ¿Qué le ha dado la arquitectura?
-Todo lo que la arquitectura me ha dado me lo he gastado en la propia arquitectura. De la mayoría de los edificios no construidos y de todos los inventos que no vieron la luz he realizado maquetas en las que se explica con toda perfección, aunque a escala reducida, su función y procedimiento. Algunas de esas maquetas me han costado cerca de un millón: la del aparcamiento, por ejemplo, destinado a la madrileña calle de San Marcos. Con ella logré la medalla de oro en Bruselas. La he regalado al museo de la Escuela de Caminos, para que figure al lado de la de nuestro inventor poriantonomasia, Torres Quevedo.
Extraña paradoja
-Destruida la estación de Alberto Aguilera, aún le queda otra gasolinera en la carretera de Aragón. Fechada igualmente en 1927, ¿es de análogas características a la salvajemente venida a los suelos?
-No, y no por culpa mía. El director o administrador... o vaya usted a saber, se empeñó en incluir su propia habitación en la torre, con dormitorio y todo, obligándome a ampliar su volumen para un uso ajeno y con pérdida evidente de su fisonomía originaria.
-¿Sabía usted que, según rumor fidedigno, en el nuevo catálogo de Madrid, que por estos días prepara el Ayuntamiento, se incluía la demolida estación como edificio a conservar?
-¡Extraña paradoja! Ni sabía nada, ni nadie me ha comunicado o insinuado cosa alguna. Repito que la primera noticia la recibí de usted, de viva voz, y, con su firma, la leí luego en EL PAIS. Se ve que los interesados en el asunto se han dado prisa en demolerla antes de que apareciera ese nuevo catálogo que usted menciona. Una pena o una desvergüenza.
-¿Y el Colegio de Arquitectos? ¿El trámite que se exige para construir y reparar no es requisito imprescindible para dernoler? ¿Acaso es sólo eso, un puro trámite?
-Así debe ser. He hablado con los del Colegio y no me han dado una explicación satisfactoria, salvo acompañarme (de palabra) en el sentimiento. En la tertulia que semanalmente venimos manteniendo los supervivientes de la época (García Mercadal, Agustín Aguirre, Enrique Colás, González Edo, Rodríguez Suárez...) cunde el desaliento. Todos coinciden en que, ante lo visto y, día a día, comprobado, no queda otra solución que resignarse y morir, como día a día va muriéndose resignada la ciudad y pasando al capítulo necrológico lo que hasta hace no mucho era testimonio de vida y creatividad... o de simple estímulo para la sensibilidad ciudadana. De todos modos, voy a dirigir un escrito al decano del Colegio de Arquitectos, en el que, junto a mi más enérgica protesta por lo sucedido, recorniendo medidas urgentes; aunque paradójicamente tardías.
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