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Reportaje:

Se reclama un cambio de actitud ante la locura

«Desde los veintiséis años. estoy muy enfermo. He ido de psiquiatra en psiquiatra. Me han hecho de todo: medicamentos, electroshock... Me podían haber asesinado". Con estas palabras se expresaba un enfermo mental en el debate que ayer tuvo lugar en el Colegio de Médicos de Madrid. Antes de su intervención otras personas habían tomado la palabra. Seis psiquiatras actuaron de ponentes: los doctores Enrique González Duro (Madrid), Sergio García Reyes (Madrid), Enrique Rivas Padilla (Madrid), José Fabregas Poveda (Barcelona), Onésimo González Alvarez (Huelva) y Ramón García López (Madrid).El hecho más generalizado a lo largo de todo el debate fue la denuncia de una psiquiatría que no entiende al enfermo mental. Y no le entiende porque no acudió al porqué profundo de la enfermedad, a la génesis de esos conflictos que llevan a multitud de personas a adoptar, comportamientos que sus conciudadanos califican como locura.

Y, sin embargo, «este lugar -dijo uno de los ponentes, refiriéndose al salón de actos donde se desarrollaba el acto- no es un lugar cualitativamente diferente de un manicomio. Una crítica seria que apuntase a un posible desmantelamiento de los manicomios tendría que llevarse a cabo en el marco de una crítica que apuntase a la transformación total de la sociedad».

Dominar a los locos

«Desde hace mucho tiempo quedó establecido que las. enfermedades mentales deben tener un origen biológico desconocido» -aseguró el doctor González Duro-, afirmando posteriormente que bajo ese concepto se justificaba un comportamiento ante los locos que no esconde otra cosa, según él, sino la dominación de unos hombres a otros, de unas clases a otras. «Se deja al loco sin individualidad -continúa González Duro- justificando ese comportamiento con teorías como las de López Ibor, cuando aseguró que los actos del loco no le pertenecen y que ha perdido su individualidad. Son las teorías que áfirman que el loco ha dejado de ser un hombre. En vez de definir la conducta del enfermo en los términos de dañina o beneficiosa, represiva o liberadora, se reduce al diagnóstico de una enfermedad.»Refiriéndose al caso español, el señor González Duro recordó un dicho existente que asegura que si bien «los franceses crearon en el siglo pasado las bases del manicomio científico, los españoles habían creado en el siglo XV las bases del manicomio de caridad ».

«En los centros psiquiátricos -concluyó- suele haber más personal religioso que médico. Siguen sin reformarse las estructuras psiquiátricas. Las autoridades de las Diputaciones desarrollan prestigiosos edificios gastando millones de pesetas en ladrillos, pero continuando sin acometer aquellas reformas estructurales necesarias. Los manicomios de la Iglesia, por otra parte, son centros creados en el ánimo de que la locura, como la enfermedad, es un escalón por el que se sube al cielo. Los más largos internamientos se dan precisamente en nuestro país en centros psiquiátricos de la Iglesia: 562 días fue la duración media de la estancia de enfermos mentales en este tipo de centros durante el año 1972. Esto suele suponer sustanciosas pensiones, unido al hecho explotador de que los enfermos no perciben salario por su trabajo. Las entidades que los regentan intentan ahora lograr sustanciosos contratos con la Seguridad Social.»

Para el doctor García Reyes, el problema de fondo es ideológico. «La relación asistencial es una relación de fuerza y dominio -dijo-. El tratamiento del enfermo pretende imponerle una razón: la razón oficial y los valores dominantes. El médico está entonces allí no porque comprenda la locura sino porque la domina. Las relaciones entre los planteamientos psiquiátricos y sociales son evidentes. En España, por ejemplo, durante el trienio liberal de Fernando VII, aparece la primera ley de beneficencia que introduce positivos elementos en el campo siquiátrico: se construyen hospitales, se prohiben los tratos inhumanos, se introduce la terapia del trabajo y la presencia del médico con fines curativos. Pero la vuelta al absolutismo supuso de hecho la vuelta a la concepción del loco como ser peligroso. Existe una evidente relación entre los modelos de asistencia psiquiátrica de cada momento y el modelo social.»

Oposición al cambio

Ante un panorama del enfrentamiento con los trastornos mentales tan lamentable como el descrito, surge la posibilidad del cambio, la búsqueda de nuevos métodos y nuevas actitudes que respondan a esa nueva concepción del enfermar que se reclama. Alguien diría durante el coloquio que la enfermedad no está sólo en esas personas singulares que son los enfermos, sino en la sociedad entera. ¿Qué dificulta ese cambio? ¿Cómo podría llevarse a cabo?Este fue, precisamente, el temade la intervención de uno de los doctores, el señor Rivas Padilla, quien explicó, refiriéndose a la «Dinámica, de cambio en los hospitales psiquiátricos», que «los manicomios son lugares de destrucción y alienación de seres humanos, lugares donde el comportamiento viene condicionado por él sistema interno del manicomio y donde las únicas relaciones personales existentes son las que se dan con el médico, sin otras que pudieran ser enriquecedoras. Por los datos obtenidos en experiencias, se puede constatar que los médicos que intentaron el cambio fueron expedientados o marginados. El personal auxiliar no quiere el cambio, se trata generalmente de personas con escaso nivel cultural que sólo tienen fortaleza para custodiar y reducir al enfermo. Los enfermos también quieren cambiar. No ven forma de participar. Cuando los enfermos se levantan pronto, los loqueros monopolizan el poder por la violencia».

La familia, factor clave

La familia es clave en esta dinámica de cambio o, mejor dicho, dinámica del no-cambio. Porque «la familia tampoco quiere un cambio -dijo'el señor Rivas Padilla-, ya que un hospital cercado preserva el equilibrio familiar. Quizá sea la familia la causa más importante a la hora de impedir el cambio».El hecho de que la familia proyecte, empleando una terminología psicoanalítica, sus conflictos interpersonales en individuos singulares, las ovejas negras de la familia, permite que con el internamiento de esas personas conflictivas se produzca un alivio del grupo como tal. El cambio en los planteamientos psiquiátricos haría revertir sobre la dinámica del grupo familiar esos conflictos que no quieren ver todos los miembros del grupo cuando envían al manicomio al enfermo.

La actitud general ante los locos fue también un tema muy tocado. A todos nos asusta la locura, precisamente porque hay en todos algo de locura. Proyectar, en otras personas los propios conflictos y creerse que los demás son los únicos enfermos se convierte entonces en el origen de una diferenciación -la que separa a los locos de los cuerdos- que generó injusticias y atrocidades. Los nuevos planteamientos del tema, al sacar la locura a la calle, no hacen otra cosa sino devolver a cada uno su responsabilidad en la génesis del problema. El problema de la locura es el problema de la sociedad, el tema de las relaciones interpersonales.

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