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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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Arsène Obama Wenger

- "El fútbol no es cuestión de hacer bonitos pases o de posesión del balón. El buen fútbol consiste en ganar".

-Michael Ballack, del Chelsea, tras ganar 2-0 al Arsenal, hace dos semanas.

El Arsenal es como Barack Obama: bella retórica y grandes expectativas que no acaban de concretarse. Una delicia en los encuentros fáciles, o los que no son decisivos; pero decepcionante cuando se enfrenta a la dura realidad. Los grandes trofeos son para el equipo de Arsène Wenger lo que la reforma sanitaria y la resolución del drama de Oriente Medio para Obama: metas, a día de hoy, inalcanzables.

Ningún equipo de Inglaterra juega un fútbol más seductor que el Arsenal; ningún entrenador defiende ideales más admirables, o los expresa con más elocuencia, que Wenger. "Creo que cualquier cosa en la vida, si se hace realmente bien, se convierte en arte", declaró Wenger en el verano, haciendo campaña para la temporada actual. "Si lees un gran escritor, te toca profundamente y te ayuda a descubrir algo nuevo sobre la vida. El día a día de la vida es importante si lo transformas -o intentas transformarlo- en algo que se asemeje al arte. Y el fútbol es así".

El Arsenal seduce, es el arte en el fútbol, pero el Chelsea y el Manchester United saben matar despiadadamente
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Obama no lo podría haber expresado mejor. Durante su candidatura electoral ofreció una visión idealista de cambio radical para crear un mundo mejor. Lo que no acabó de anticipar fue lo complicado que sería realizar sus sueños una vez que el juego comenzara de verdad. Y así ha sido la experiencia de Wenger esta temporada. El Chelsea y el Manchester United, primero y segundo en la Liga inglesa, son los enemigos que el Arsenal, tercero, tenía que superar para triunfar. Ambos le han ganado dos veces esta temporada.

En todos los casos el Arsenal ha tenido la mayor posesión del balón, ha enlazado las mejores jugadas, ha demostrado infinitamente más arte. Pero para el Chelsea y el Manchester, tanto como para el partido republicano estadounidense y el islamismo radical, el arte es un concepto irrelevante, por no decir desdeñable. La cuestión es vencer, sea como sea. Si los grandes valores humanos no sirven a la causa de la victoria, adiós. El pragmatismo es lo que guía a Alex Ferguson, el entrenador del Manchester, y a Carlo Ancelotti, el italiano que está al mando del Chelsea. Dejan que el Arsenal despliegue su jogo bonito, que seduzca al espectador con su oratoria, pero ellos mantienen la cabeza fría, alerta a la debilidad. Su único objetivo es matar y cuando surge la oportunidad, matar es precisamente -despiadadamente- lo que hacen.

Tras la última derrota contra el Chelsea, hace dos semanas, Wenger, como es habitual, se quejó. (Es lo que hacen los aliados de Obama pero, hay que reconocerlo, no el mismo Obama, que siempre mantiene la elegancia). Acusó al rival de no jugar al fútbol y de utilizar "muchas trampas". Pues sí; así son las cosas. Los malos van por el mundo con ventaja competitiva y el Wenger de hoy, el que no ha ganado ningún trofeo en cinco años, no lo quiere reconocer.

El antiguo Wenger, el que estuvo toda una temporada sin perder [la Liga del curso 2003-2004], era menos puro en su idealismo. Tenía a tipos malos en su equipo, o al menos tipos duros y fornidos, como su capitán Tony Adams, un central que no hubiera sabido como deletrear la palabra arte, pero era un veterano de guerra que daría la vida por frenar al enemigo. El actual Arsenal tiene al español Cesc Fábregas como capitán. Al joven Fábregas no le gana nadie en competitividad; en ese sentido es un digno sucesor de Adams. Y además juega con mucho arte. Pero lo que hace falta en el Arsenal es un par de Adamses, tipos con experiencia cuya especialidad es recuperar el balón; no hacer jugar sino impedir que el rival juegue, que es a lo que se dedican más de la mitad de los jugadores del Chelsea y del Manchester United.

Ese puntito de maldad, o de cínico pragmatismo, es lo que le hace falta a Obama para lograr sus objetivos en el cruel mundo real. También a Wenger. Algo tendrán que sacrificar si quieren pasar a la historia no como quijotes admirables, como idealistas que rozaron el ridículo, sino como triunfadores que hicieron realidad los sueños que, en su momento, encandilaron al mundo.

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