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Columna
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El 'cirujano'

Manuel Rivas

Creo en la causalidad mágica. Uno de los relatos breves más logrados de la historia es El descuido de Martin Bauer. Un rabino derrama un plato de sopa en una humilde mesa de Galitzia y, al tiempo, en un escritorio del palacio vienés, el emperador, inquieto, vuelca el tintero sobre un decreto ominoso que ya nunca se firmará. Es un cuento emocionante en el que lo mágico busca con desesperación hacerse real. Existe el movimiento contrario. Un sincronismo mágico que se despega de la realidad hacia un cómico delirio. Así, un chute periodístico en Madrid puede producir una erección digital en, por ejemplo, Oviedo. Hace unos días, José María Marco, antaño paladín liberal, escribió un artículo (La Razón, 15-2-2010) que remataba así: "Nuestra historia sugiere que cuando se llega a esto los españoles añoran -y casi siempre consiguen- un cirujano de hierro". Marco es hagiógrafo oficial de José María Aznar. Cada uno es responsable de lo que escribe, pero cuando leí el bando de Marco no sólo sentí que el aire frío cortaba el caliente como un bisturí, sino que imaginé que se aceleraría la manivela poética del ex presidente. Todo espíritu busca una forma. Y el medio, el cuerno, es el mensaje. El manifiesto de la peineta. Aznar no reaccionó con su dedo más expresionista cuando los estudiantes le lanzaron acusaciones terribles, sino que fue al percibir el tono acaso mendaz en los gritos "¡Presidente, presidente!" cuando articuló el primitivo gesto instrumental. En uno de sus retratos íntimos, Marco nos desvela la verdadera causa del porqué Aznar no entró en UCD: "La desconfianza del heredero de una dinastía (sic) hacia a los recién llegados a la política representados por Adolfo Suárez". En el acto pedestre, Aznar llamó a Zapatero "jefe de pirómanos" y lo acusó de "haber hundido España". Nunca un ex presidente habló así de un presidente ni viceversa. El biógrafo de confianza confiesa: "Aznar intimida". De pena.

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