El corazón de Aznar
Los expertos en comunicación que asesoran a los políticos deberían adoctrinarles sobre cómo aguantar el chaparrón de los abucheos sin perder la compostura. Porque el que sufrió el jueves José María Aznar en la Universidad de Oviedo no es el primero ni será el último, por condenable que sea.
Un somero recorrido por la historia nacional del vergonzante abucheo ofrece múltiples ejemplos: Felipe González, Rodrigo Rato, José Luis Rodríguez Zapatero, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Josep Piqué, Jordi Pujol, Esperanza Aguirre, María Teresa Fernández de la Vega, Francisco Camps, el Rey, Mariano Rajoy y, antes de ahora, por supuesto, José María Aznar. Todos ellos encajaron los insultos con estoica paciencia e incluso deportividad.
José María Aznar acaba de dar al traste con su imagen de político frío y calculador. Lo cierto es que en Oviedo estaba saliendo airoso del envite. A pesar del calibre de los insultos fue capaz de apuntarse un tanto con ese raro sentido del humor que le hizo declarar: "Algunos parecen empeñados en demostrar que no pueden vivir sin mí". Era un contragolpe más efectivo que los reflejos de Bush para esquivar el zapatazo de un periodista en Bagdad.
Pero los nervios o un ego cuidadosamente alimentado traicionaron al ex presidente. Este pura sangre que salía triunfal de su conferencia tras llamar pirómano a Zapatero sucumbió ante el choteo de los que le despedían aclamándole: "presidente, presidente". Resulta que Aznar también tiene su corazoncito y fue justamente el dedo que lleva prestado el nombre de ese órgano tan incontrolable el que se le disparó trocando su frialdad en chulería y legando a la posteridad una imagen que le perseguirá siempre porque le rebaja al nivel de quienes le abroncaron.
Lo malo de este asunto es que remite a las malas maneras de un ex presidente encantado, pese a su declarado patriotismo, de descalificar a España y a sus dirigentes por el mundo cuando no es su partido el que gobierna. Con tenebrosa fanfarronería, Aznar parece embarcado desde hace demasiado tiempo en un ajuste de cuentas permanente con la España que no le ríe las gracias. Que no nos riña más, por favor.
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