Un cervecero celta en Moaña
El británico David Middleton recupera la elaboración prerromana de esta bebida
A mediados de su vida, David Middleton (Yorkshire, Reino Unido, 1941) quiso liberarse del estrés como quien deja salir el gas de un refresco. Para aflojar el tapón, dio un giro a su vida. Renunció a su puesto al frente de un equipo de más de 100 personas dedicadas a la formación de educadores y recorrió el mundo dando cursos de comunicación dirigidos a docentes. Cuando llegó a Galicia, descubrió el manantial de paz en el que saciar su sed de una existencia sin burbujas. Desde hace más de una década, disfruta de un retiro en armonía con el medioambiente en Moaña. En su tiempo libre elabora cerveza ecológica, siguiendo la tradición de los antiguos castros. La única presión que ahora conoce está en esas botellas.
Fue desde marinero de un crucero hasta trabajador de la construcción
Quiere mantener una tradición que en Galicia perduró hasta la Edad Media
El oficio le viene de su infancia en Tadcaster, un pueblo de tradición cervecera documentada desde la Edad Media, donde aún hoy hay dos fábricas que llenan cada año millones de pintas. Nació en un castillo. De pequeño, le hicieron una armadura a medida. Y luego llegó la guerra y descubrió que el diminuto traje de acero no servía contra los bombarderos nazis. "Las mujeres venían a dar a luz al castillo para estar protegidas de los ataques", cuenta. Poco después, su padre fue movilizado como sargento de la Fuerza Aérea Real en Manchester, y las sirenas antiaéreas pusieron banda sonora a su infancia: "Tenía que esconderme en un refugio, junto con mi madre y mi hermano".
Su otra bestia negra fue la estricta educación británica. Recuerda la escuela como un lugar donde los profesores le pegaban. Así que a nadie extrañó cuando dejó de estudiar y buscó trabajo en una oficina en Londres. Probó hasta en 16 oficios tratando de encontrar su vocación: fue desde marinero de un crucero hasta obrero de la construcción. Finalmente, descubrió su amor al arte y volvió a las aulas. Se matriculó en la Universidad de Exeter para formarse en escultura, pintura y fotografía, y obtuvo también una licenciatura en Educación.
Tras un matrimonio frustrado durante el que restauró una casa en ruinas del siglo XVI, comenzó una nueva etapa: organizó las primeras exposiciones de su obra artística e hizo un doctorado en Cambridge para especializarse en Comunicación no Verbal. "En aquella época yo ya utilizaba el vídeo como elemento de observación e investigación, un método que pareció demasiado novedoso allí, donde siempre han gustado más los informes de texto", explica. Por eso dio portazo otra vez a la tradición y se fue con sus trabajos a la Open University.
A los 49 años era jefe de un centenar de personas. Dirigía ocho equipos especializados en la formación del profesorado en técnicas de comunicación. "Entonces empecé a tener problemas con el estrés y además llegó Margaret Thatcher con su política de privatizaciones y recorte de fondos para la enseñanza pública", cuenta. Como no le gustaba ni lo uno ni lo otro, dio el salto internacional impartiendo cursos de comunicación para mejorar la práctica docente en otros países. Así fue como recaló en Vigo.
"La vida es una peregrinación en la que me exploro a mí mismo", afirma. Aunque no pone límites ni destino en esa búsqueda, en Galicia ganó un doble jubileo: conoció a Isabel Flores y descubrió un lugar en el que aún sobrevivía mucho del modelo de vida rural basado en la autosuficiencia que él había intentado recuperar en Inglaterra.
David se ha instalado en Abelendo (Moaña), donde ha restaurado una casa de piedra de 1867 que antiguamente fuera taberna, conocida como "a casa da mesa". Frente al "pesimismo" y la "fatalidad congénita" que percibe en los gallegos, él apuesta por una existencia en positivo, basada en el amor a la naturaleza y a las tradiciones. Junto con otra gente comprometida con sus mismos principios, ha fundado el grupo Amigos do Morrazo Verde, para luchar contra la destrucción urbanística de Galicia, al tiempo que colabora con Greenpeace. Ha aprendido a tocar la gaita, es vegetariano, cultiva un huerto ecológico, se ocupa de unas cuantas cabras que le proporcionan queso y leche, y practica el nudismo.
Desde hace once años, habilita el bajo de su casa como chiringuito durante las fiestas de San Martiño. Allí se consumen esos días más de mil litros de cerveza de elaboración casera. Tiene dos variedades: una tostada que ha bautizado como Moura y otra rubia que llama Druída. Los nombres son un nexo con las leyendas célticas, con los antepasados habitantes de los castros que Estrabón ya describía como consumidores de cerveza. David quiere mantener una tradición que en Galicia perduró hasta la Edad Media. Los ingredientes son tan naturales como entonces: malta ecológica traída de Bélgica, levadura de Inglaterra y lúpulo de su propio huerto moañés.
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