La mano que bordó 191 nombres
Una exposición sobre el 11-M en Fuenlabrada reconstruye el proceso de duelo y esperanza de las víctimas del atentado
"Yo pienso en quien bordó el nombre de mi hijo en una de estas colchas de patchwork [telas cosidas de distintos colores] y me emociono. Quiero abrazarle", explica Isabel Casanova. Junto con Pilar Manjón y otros miembros de la Asociación 11-M, Isabel se pasea por el centro de exposiciones Tomás y Valiente de Fuenlabrada dando los últimos retoques a la exposición que se inauguraba ayer por la tarde: Trazos y puntadas para el recuerdo. Fuera cae la lluvia. El paseo no es sencillo. Isabel perdió a su hijo en el atentado de Atocha en 2004. Cada pieza le recuerda a él.
La exposición está formada por obras cedidas a la asociación. Litografías, pinturas, poemas, colchas tejidas por amas de casa en homenaje a los 191 difuntos. Han contribuido escritores como José Saramago, artistas como Teresa Genovés y niños víctimas del 11-S de Nueva York, que pintaron murales para los de Madrid. También hay piezas creadas de los supervivientes o familiares, e incluso alguna que dejaron antes de morir pasajeros de los trenes. Lo que no hay son fotos de la catástrofe, ni de sangre. "Ya pensamos cada noche en los olores, en los gritos, no necesitamos eso", explica Manjón, presidenta de la asociación. "El motor de la exposición es sacar algo bueno del dolor, como es la convicción en la paz", abunda Isabel. Un grabado de una mochila con una pegatina del "No a la guerra" de Irak. "Mi hijo la llevaba cuando subió al tren", recuerda Isabel. Enfrente, una pintura con un niño que mira entre paraguas. En un extremo de la sala, una reproducción de la carta que Luis Oriondo, superviviente del bombardeo de Gernika, envió al Gobierno alemán.Son pequeños símbolos dispuestos para reconstruir el proceso de desesperación, luto y renacer de la esperanza. Una experiencia que las víctimas explicarán a los colegios que vayan de visita. Aspiran a que su trabajo tenga, además de una función educativa, vigencia documental. Por ejemplo, por medio de la serie de instantáneas que un fotógrafo peruano sacó en Madrid los días posteriores al atentado de aquel oscuro marzo.
En el tercer piso del centro se reúnen las obras más duras
Hay un homenaje a los musulmanes que escribieron sus condolencias
En el tercer piso del centro Tomás y Valiente se reúnen las obras más duras, las del primer momento de dolor. Ninguna es estrictamente figurativa, pero los símbolos son duros, directos: una pintura de un fogonazo en una vía, unos pies que esperan en un andén, No signal. 7.34 en recuerdo de los móviles que ya no contesta nadie. Están en el último piso para que nadie que no quiera recordar demasiado deba verlas. Algún miembro de la asociación que viajaba en el tren ha sufrido un ataque de ansiedad al subir hasta allí.
La muestra se puede visitar gratuitamente desde el 16 de febrero al 7 de marzo en la calle Leganés número 51 de Fuenlabrada. De lunes a sábado, de 10 a 14 y de 17 a 21; y los domingos, de 17 a 20. Fuenlabrada tiene poderosas razones para ser sede del homenaje. "Seis vecinos de aquí murieron en el atentado. Nuestra solidaridad es tanto con la causa abstracta como con personas muy cercanas", explica Manuel Robles, alcalde del municipio.
La carga simbólica de que el centro que alberga la exhibición lleve el nombre del profesor asesinado por ETA de un tiro en su despacho de la Universidad Autónoma en 1996 se une a la que ya posee el atentado del 11-M. Los homenajeados no son las víctimas de un solo ataque violento, sino todas las víctimas y, más allá, aquellos que han respaldado con cariño a los vulnerados. Se homenajea a todos los niños musulmanes de Madrid que escribieron sus condolencias en un libro de visitas que demuestra que las bombas no son una cuestión de religiones, sino de fanatismos. Se homenajea a quienes han dado alguna puntada en una de las decenas de colchas con corazones y manos blancas que enviaron a la asociación.
Frente a los cuadros y los poemas que penden de las paredes, unas mesas recorren los tres pisos en los que se distribuye la muestra. Están llenas de premios que la asociación guarda con afecto. "Los veo y recuerdo el dolor que sentía en cada uno de los viajes", relata Manjón, que durante seis años ha actuado de embajadora de los supervivientes del trauma de Atocha. Premios que recogió cuando fue a plantar un árbol, o cuando fue a recoger una pintura llena de besos de niños.
"Hay quien no nos reconoce la categoría de víctimas porque no odiamos, y hasta somos capaces de sonreír", explica Pilar Manjón. Sonríe a pesar de que en varios momentos del recorrido entre las obras a ella y a Isabel les haya temblado la voz. A cambio, cada miembro de la asociación tiene su obra favorita. La primera de la que habla Isabel es una pintura de un campo de flores encapotado por el humo. "Es triste", dice, "pero el humo se disipará un día, y entonces lo que quedará es lo que merece la pena".
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