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Columna
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De palabra

Permítanme empezar con una anécdota autobiográfica. Vivía por entonces en Guatemala y, en uno de mis viajes por el interior del país, pasamos al lado de un diminuto río, en realidad poco más que una hebra de agua. La persona que conducía el coche, buena conocedora de la zona, dijo: "Cada año este río se lleva por delante este puente". A mí me pareció difícil de imaginar, por lo dicho; pero luego, claro, llegó la época de lluvias y todo, incluida aquella tímida corriente, se volvió su contrario. Pero si cito ese río es por sus puentes, que los tenía en gran número y con nombres realmente interesantes y curiosamente vinculados al ahora mismo de la política vasca. Citaré sólo esta secuencia de tres: quita el calzón I, quita el calzón II y el tercero llamado (cuando uno podía esperarse cualquier cosa) el delirio.

El puente entre aquella historia y esta realidad es, evidentemente, la invitación a hablar del Guggenheim 2 a "calzón quitado" que el diputado general de Vizcaya ha dirigido por carta al lehendakari, y que estos días se ha hecho pública. La posibilidad de un diálogo interinstitucional en profundidad sobre ése o cualquier otro tema es bastante más que una buena noticia, o mejor, es otra cosa que una buena noticia: la expresión de una responsabilidad política básica o, si se prefiere, de una condición de simple normalidad de la vida pública. Entiendo que los responsables institucionales tienen no la prerrogativa sino la obligación de buscar y de encontrar consensos en el ámbito de las competencias que les corresponde, por mandato ciudadano, gestionar. Durante demasiado tiempo hemos vivido aquí en esa forma de "anormalidad" política que ha consistido en presentar los acuerdos interinstitucionales como algo que se alcanza porque se quiere a veces, y no porque se debe, siempre.

Pero hoy quiero centrarme en la vertiente lingüística del asunto, en la soltura verbal que la citada carta evidencia. "A calzón quitado" es, desde luego, una expresión coloquial y el que figure en una carta institucional (que trasciende el mero intercambio privado) creo que merece que nos detengamos en ella. Sobre todo porque no está sola; y es que vivimos rodeados de "relajaciones" expresivas, ufanamente difundidas desde lo público. Sin ir más lejos, la promoción televisiva del nuevo programa Aspaldiko, se inicia con la palabra joder. "Joder, aspaldiko" le dice en el anuncio el camarero de un café a Urrusolo. Y me abstendré de reproducir aquí la serie de expresiones vulgares, palabrotas, etc. que se oyen desde nuestra televisión pública, en realities y compañía.

Las considero más que fuera de lugar. Hablar como si no pasara nada, quiero decir, como si no fuera nada pasar de lo privado a lo público me parece la negación de muchas normas de convivencia cívica y de más de un sentido de lo cultural. Lo público es la conciencia del todos, la cultura, de lo otro; creo que el respeto de ambos es básico de palabra, de estilo.

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