En busca del alma del viejo Madrid
Resulta paradójico -y estimulante- que una zarzuela tan "madrileña" como Doña Francisquita haya sido compuesta por un catalán. Curiosamente, con siete representaciones del montaje que anteayer se presentó en el teatro de la Zarzuela se cierra la actual temporada del Gran Teatre del Liceu de Barcelona. De momento, Madrid va a reencontrarse con este título tan suyo en 37 funciones desde el pasado viernes hasta el 28 de marzo. La producción es nueva y corre a cargo del actual director del teatro, Luis Olmos, relevando en este título a la puesta en escena de 1996 de Doña Francisquita del ex director del mismo teatro, Emilio Sagi, repuesta por última vez en 2004.
Una y otra poco tienen que ver entre sí. La de Olmos y su equipo es estéticamente más desenfadada, luce un vestuario pictórico picassiano, indaga en la farsa y comicidad del argumento y posee un aire carnavalesco muy a tono con los festejos de estos días. La puesta en escena de Olmos es vistosa pero flaquea en varias escenas por la dirección de actores, algunos de ellos más encorsetados de lo deseable. Cada función tendrá su carácter según quien cante. En el estreno, Mariola Cantarero, José Bros y Nancy Fabiola Herrera llevaron el agua a sus molinos, es decir, hicieron muy suyos los personajes que encarnan. Esto no es bueno ni malo en sí mismo. Hay que aceptarlo o no. Si se acepta, la representación es más llevadera. Mejor aún, más gratificante.
DOÑA FRANCISQUITA
De Amadeo Vives. Con Mariola Cantarero, José Bros, Nancy Fabiola Herrera, Julio Morales y Amelia Font, entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro del Teatro. Director musical: Miquel Ortega. Director de escena: Luis Olmos. Nueva producción. Teatro de La Zarzuela, Madrid, 12 de febrero.
La puesta en escena es muy vistosa, pero flaquea por la dirección de actores
Cantarero es graciosa en su pícara ingenuidad y tiene una coloratura excepcional. Bros canta con una línea musical brillante en su estatismo escénico. Nancy Fabiola Herrera tiene energía por arrobas y es castiza como la que más. Pisan la escena con fuerza otros cantantes, como Julio Morales y Amelia Font, con una adecuación estilística en lo teatral que eleva sus cotas artísticas. Pero será todo distinto con María José Moreno o Ismael Jordi, o Milagros Martín. La orquesta, a las órdenes de Miquel Ortega, es el nexo musical común que une los diferentes repartos. No es su mejor trabajo, desde luego. Se desenvuelve con cierta corrección, pero no eleva el vuelo en prácticamente ningún momento. Se busca una estética madrileña desde cierto aire de modernidad, "el alma del viejo Madrid", que se canta en el coro final. Es una posibilidad ni mejor ni peor que otras. El público, en líneas generales, se divierte. Va al teatro con ánimo de pasárselo bien. Es una actitud que le honra. Posiblemente refrende con los otros repartos vocales el éxito que obtuvo el del estreno. Hablo de la mayoría de ese público, claro. Siempre hay quien dice que todo -o una gran parte- es una equivocación. Pero los espectadores se recrean en los coros o en las escenas concertantes, ríen con las ocurrencias de los diálogos, depositan sus entusiasmos en sus cantantes predilectos. Y más de uno tararea al final aquello de "siempre es el amor, siempre es el amor travieso" que prefigura lo de "el que quiere y no es querido nunca se debe dar por vencido". Con todo ello la zarzuela resiste y eso es lo que cuenta.
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