720 directores de cine
Desde el último sótano del infierno me llega un SMS del cineasta madrileño y comunista Juan Antonio Bardem que me invita a que asista en el Instituto Cervantes, en su sede de Alcalá, 49, a la presentación de la programación cultural de 2010. El cine se muere, me dice Bardem,pero el Cervantes va a hacerle un boca a boca. ¿El cine se muere?, me pregunto a la salida de la estación del metro Banco de España, que nos deja a las puertas de la sede madrileña del Instituto Cervantes, que tiene también sede vaticana en Alcalá de Henares. Si hablo por mí, tiene razón Bardem: no voy al cine desde los días en que el madrileño José Luis Sáenz de Heredia rodó Raza, la película basada en un texto que el general Francisco Franco se extrajo del río Tajo de su escroto. Por fortuna, otros ciudadanos, como, por ejemplo, el novelista José María Conget, que pronto publica en Zaragoza las tres primeras novelas con que debutó en el oficio -Quadrupedumque, Comentarios marginales a la Guerra de las Galias y Gaudeamus, tres títulos magníficos para películas protagonizadas por Nacho Vidal- y Maribel Cruzado, autora de Blues, una excelente edición bilingüe de poesía norteamericana, me cuentan en el Círculo de Bellas Artes que van al cine no todos los días, pero casi.
Compruebo que el Renoir de plaza de España sigue en su sitio y no lo han trasladado a Aranjuez
La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, y sus colaboradores, el economista Rufino Sánchez y el novelista Iñaki Abad, le traen la buena noticia a Augusto M. Torres, el autor de la última Biblia, 720 directores de cine, de que, entre las 6.000 actividades programadas por el Cervantes para 2010, más de la mitad, 3.300, serán proyecciones de películas. Ante esta declaración de Carmen Caffarel no lo dudo ni un minuto. En primer lugar, vuelvo al cine, compruebo que el Renoir de plaza de España sigue en su sitio y no lo han trasladado, por ejemplo, a Aranjuez, la patria chica del gran futbolista ex madridista y ex osasunista Portillo, que fichó al filo de enero por el Hércules, y veo El cónsul de Sodoma, una película basada en la biografía del gran poeta y ejecutivo de la Compañía General de Tabacos de Filipinas Jaime Gil de Biedma. Sé que, por ver esta película, me puedo llevar una bronca de mi admirado Javier Pérez Escohotado, que ya ha publicado en EL PAÍS (25-1-2010) una furibunda carta contra esta cinta, según él, nefanda, pero he decidido volver al cine, caiga quien caiga, y puede caer incluso el novelista Juan Marsé, el autor de Si te dicen que caí, que también ha bramado contra El cónsul de Sodoma, pero, tras escuchar el discurso de Carmen Caffarel, que no hay que olvidar que es lingüista, nadie ya podrá detenerme en mi ya anhelado regreso al cine. Veo la película con la devoción de un discípulo fiel al maestro -Jaime Gil de Biedma lo es para mí, además de un amigo- y me entrego a la causa. Por tanto, revivo en mi memoria mi amistad con Jaime Gil de Biedma, la maravilla de sus poemas y tantas experiencias de hace ya algunos lustros. Jaime Gil de Biedma murió el 9 de enero de 1990 y, por tanto, hace ya 20 años, aunque Veinte años no es nada dice una película de Joaquín Jordá. El cónsul de Sodoma la recomiendo vivamente y creo que la lectura positiva que de ella ha hecho Vicente Molina Foix en su excelente artículo Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma (EL PAÍS, 26-1-2010) es muy acertada.
Tras mi regreso al cine, leo la maravillosa Biblia 720 directores de cine, que el Vaticano debería traducir al latín, como hizo en su día san Jerónimo con el Antiguo y el Nuevo Testamento. Augusto M. Torres ha escrito guiones con Rafael Azcona, Ricardo Franco y Vicente Molina Foix, que pronto estrenará El dios de madera, su tercera película. Ha producido cortos de Jaime Chávarri, Emilio Martínez-Lázaro y propios, el largo y mítico Arrebato, del recientemente fallecido Iván Zulueta, y ha dirigido los largos El pecador impecable, basado en la novela homónima de Manuel Hidalgo, y Las películas de mi padre. Colaboró como crítico cinematográfico en EL PAÍS desde su fundación hasta el verano de 2003 y es autor de ocho novelas. Ha publicado 28 libros sobre cine que nos han educado a muchos miles de lectores. El de 720 directores de cine es el libro que no debe faltar en ninguna biblioteca pública y que los aficionados al cine, incluidos los que no vamos mucho a esta misa, disfrutamos porque, en una o dos páginas, según la importancia del cineasta, Augusto M. Torres resume la historia artística de un director de cine con magistral profundidad y claridad. Una lectura madrileña de esta Biblia nos descubre a Edgar Neville, Sáenz de Heredia, Isasi-Isasmendi, Ricardo Franco, Alfonso Ungría, Jaime Chávarri, Pilar Miró, José Luis Garci, Fernando Trueba y los Bardem, nacidos a los pies de Cibeles, la diosa que tiene como servidores a los Coribantes y a los Dáctilos, los inventores frigios del cine porno de Nacho Vidal.
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