'Merci', Franco

Amigo Franco:

Aún no me hago a la idea de que todo esto sea cierto. De que un fatal accidente haya acabado con tu vida de un momento a otro, de un modo tan inesperado.

Tenía una deuda pendiente contigo que ya nunca podré saldar, y que ahora trato de solucionar con estas líneas, al menos en parte; porque saldarla por completo es ya, por desgracia, imposible.

No hace tanto, en mayo, fuiste a visitarme a un hospital de Bérgamo mientras yo me encontraba en coma, luchando entre la vida y la muerte. Me han contado que ni siquiera pudiste verme, que te impidieron pasar a la unidad de cuidados intensivos en la que me encontraba. Preguntaste entonces por mi familia, por mi mujer, y fue con ella con quien hablaste y a quien le dedicaste unas palabras de ánimo. Me lo contaron unos días más tarde, o quizá unas semanas, quién sabe. El caso es que aquel día diste media vuelta y llegarías a tu casa con la sensación de que quizá todos esos kilómetros recorridos no habían servido para nada. Sí, Ballero, sirvieron de mucho, tienes que saberlo, aunque haya dejado escapar la oportunidad de decírtelo en persona.

Codo con codo

El caso es que tenía pendiente llamarte para agradecértelo, pero nunca hubiese imaginado que el plazo que tenía para ello iba a ser tan breve. Me acuerdo de todo lo que te admiré y de lo que compartimos en los pocos meses en los que fuimos compañeros, en el que fue tu último año como profesional en Mapei.

Y recuerdo como si fuese ayer un largo entrenamiento de pretemporada en La Toscana en el que tuve la suerte de ir codo con codo contigo durante horas. Hablamos de muchas cosas y, cómo no, de la Roubaix, tu carrera. Ya habías decidido que la edición de ese año sería tu despedida como profesional y me contaste tu plan, ése de llegar al velódromo por última vez, abrirte el maillot y enseñar al mundo tu mensaje de despedida: "Merci, Roubaix". Hablamos de mi primera Roubaix, la de 1998, precisamente la última que ganaste. Te conté que aquel día vi cómo un sueño se convertía en realidad sólo por estar allí entre vosotros. Y te conté con qué admiración te miraba de reojo en los primeros kilómetros; a ti, a Tafi, a Museeuw y a otros pocos. Miraba tus poderosas piernas y pensaba que esas piernas serían capaces de ganar aquel día, como ya lo hiciste en otra edición anterior. O de hacer un destrozo de los tuyos, de ésos que quedaban para la historia, ganases o no. Y aquel año ganaste tú, a lo grande, como sólo tú sabías hacer, con más de cuatro minutos de ventaja sobre el segundo clasificado. Aquel día, algo más de 20 minutos más tarde que tú, llegué yo al velódromo. Ya se había celebrado la ceremonia de entrega de premios, pero me sentí un ganador anónimo mientras cruzaba aquella meta en el puesto 56. Con el cuerpo reventado, sí, pero con los sentidos intactos para apreciar la grandeza de lo que estaba consiguiendo. Y aquel día me quedé prendado de esa carrera y pude compartir contigo el amor incondicional por esa experiencia. Y recuerdo lo que me dijiste cuando te conté todo esto: "Para ganar la Roubaix hay que sentirla, sufrirla, pero, sobre todo, amarla... y si has conseguido terminar tu primera Roubaix, sabes de lo que te hablo, así que tú también puedes ganarla algún día, no lo olvides". Nunca lo he olvidado, Franco.

Franco, siempre fuiste un señor, primero sobre la bici y después igual, al bajarte de ella. Los que te conocimos nunca te olvidaremos y recordaremos con cariño todo lo que nos has aportado. Te despediste de la Roubaix tal y como prometiste, con ese "Merci, Roubaix" en la camiseta que nos ha quedado grabado para siempre. Y yo no cumpliré otro sueño, lo sé, pero si pudiese, volvería a estar este año en Compiègne, en la salida de tu carrera con una camiseta interior en la que pusiese: "Merci, Franco". Y mi sueño sería llegar al velódromo lleno de barro, y una vez allí abrirme la cremallera del maillot para que todos pudiesen verla.

Gracias, Franco; si estás en algún sitio, descansa en paz.

Pedro Horrillo, ex ciclista.