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Columna
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De vida alegre

En mi primera o segunda infancia (ahora diría que estoy por la tercera) me afanaba por buscar en diccionarios un tanto cutres el significado de la palabra puta, que invariablemente remitía a la palabra ramera, que, en un alarde de pudor, te remitía otra vez a la palabra puta. De ese corto recorrido de hipocresía enciclopédica conseguí escabullirme gracias al cine (norteamericano), donde se mencionaban respecto de la profesión de esas mujeres tropos como "mujeres de vida alegre", "una cualquiera" o, ya en versión más nuestra, "esa es más puta que las gallinas". Por entonces vivía pegado a la huerta, así que tuve ocasión de observar en las gallinas una cierta promiscuidad sexual debida tal vez a una conformación genética más que a la voluntad de elegir a un gallito como pareja. Lo de mujeres de vida alegre me pareció ya de entrada un despropósito, porque por lo general eran infelices y lloraban a menudo y lamentaban desde la profundidad de sus entrañas verse siempre en una posición secundaria en su vida afectiva, exactamente igual que las novias o las esposas (¡esposas!) de los tipos que frecuentaban impostadas alegrías femeninas fuera de sus hogares o de sus compromisos de cariño.

Ahora bien, lo que de ningún modo podía soportar es la expresión "una cualquiera". Y me gustaría (descabellado propósito) ser tan fino como Rafael Sánchez Ferlosio, aunque no tan remugón, para considerar semejante argucia conceptual. Primero, porque en el mundo masculino, un cualquiera alude a un tipo que no ha destacado en nada, mientras que una cualquiera designa a una profesión que a veces es de altura y de cuyo ejercicio se obtienen en ocasiones más beneficios económicos de los que se embolsa un banquero de ejecutoria mediana, a costa de más trabajo, eso sí. Pero incluso en la prostitución de lujo, tan frecuentada por numerosos banqueros y políticos de postín, la mujer sigue siendo una cualquiera, por más envuelta en pieles que aparezca. Podría decirse que esa pérdida de identidad proviene del hecho de que se las puede comprar para una actividad concreta, pero lo mismo ocurre con los obreros o con los empleados en general y con los concejales de urbanismo en particular, que no se reconocerían a sí mismos como un cualquiera. De modo que el acceso, o el alquiler masculino de esas mujeres, tiene lugar de manera mayoritaria mediante la negación previa de su identidad propia. Es como decir que es una cualquiera porque cualquier cualquiera (y no pido perdón por la redundancia) puede disponer mediante pago de sus servicios sexuales. Con lo polifacéticos que son los escoltas de los gerifaltes.

Aun estando de acuerdo con que comprar sexo es fomentar la violencia, habría que precisar que la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo. En tan detestable ranking, ocupan sin duda el primer lugar los cualquiera que inauguraron para su provecho una servidumbre de tanto futuro como escarnio.

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