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SALVADOR FERNÁNDEZ | Testigo del incendio

"Un infierno de llamas y calor"

Javier Martín-Arroyo

"Era un infierno de llamas y calor. Me estaba asfixiando y bajé a la primera planta, cuando sentí los gemidos de dolor de los ancianos que se estaban quemando. Volví pero no se veía absolutamente nada". Salvador Fernández sintió rabia e impotencia cuando la noche del pasado lunes acudió al rescate de los seis ancianos que fallecieron por el incendio en la residencia privada Aurora de Sevilla. Sólo pudo trasladar a un hombre impedido antes de que los agentes y los bomberos intentaran controlar el caos desatado de humo y llamas.

Fernández observó alarmado desde la calle las primeras llamas y llamó de inmediato a la puerta del asilo. Tan pronto entró en el edificio se dirigió hacia la segunda planta, donde se había originado el incendio, pero al finalizar las escaleras el humo le frenó en seco. "Me asfixiaba y no veía nada. Decidí volver a la primera planta sin humos", relataba ayer.

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Cuando bajaba por las escaleras oyó los gritos de los ancianos mientras inhalaban el humo que lo inundaba todo, y decidió subir de nuevo para volverlo a intentar. Pero el humo se había extendido aún más y la visibilidad era nula. Fernández desistió y regresó a la primera planta, donde socorrió a un anciano que estaba postrado en una cama, mientras que su mujer pudo abandonar la planta por sí misma. En ese momento en el que Fernández trasladaba al anciano, llegaron los primeros agentes de la policía local e instantes después los bomberos. "El anciano se despertó pero no decía nada. Sólo abrió los ojos con cara de espanto".

El testigo directo del incendio había dejado en la calle un taxi que estaba a punto de coger en la puerta del asilo, cuando presenció la escena de las primeras llamas y entró sin dudarlo. "Empecé a oler a quemado y a oír crujidos. Vi una ventana ardiendo y una vez que entré, cogí con la enfermera un trapo mojado para subir al infierno de calor", explicaba. Al entrar en el asilo se encontró una enfermera de unos 20 años presa de un ataque de nervios y otra de unos 30 años sentada en una oficina, probablemente intentando avisar por teléfono a los servicios de emergencia.

Fernández calcula que desde que entró en el edificio en llamas hasta que los bomberos culminaron las operaciones de rescate de las víctimas, pudieron pasar unos diez minutos. Tras el rescate y entre varias ambulancias, Fernández descubrió que su madre pensó que había fallecido en el incendio. "Cuando acabó todo sentí una soledad y una desolación terribles. Me sentí muy solo", concluyó.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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