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Columna
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Modos de hablar

Por malhablados se tiene a los desvergonzados y atrevidos en el hablar. Y como esa desvergüenza y atrevimiento no solía estar bien vista antes entre la gente distinguida, la llamada alta clase, parece que los malhablados eran de más fácil encuentro entre los menos culturizados y con pocos posibles, es decir, entre los obreros. Los obreros frecuentaban las tabernas y era allí donde se prodigaba un lenguaje en el que no faltaban el taco ni el insulto. Pero han cambiado tanto las cosas que ahora el lenguaje tabernario aflora en prestigiosas tribunas. O en reuniones de ricos. Nada obliga a la derecha a ser fina y un empresario de hoy puede hablar incluso como un obrero de ayer.

Algunas de las profesoras que en mi infancia me instruyeron eran señoras de derechas, entre las cuales no faltaban incluso las que acudían a clase con su collar de perlas, y de sus bocas no salían, por supuesto, lo que ellas llamaban malas palabras. Pero ahora hay profesoras reaccionarias que abrigan sus dulces pechos en modernas camisetas con simpáticas ocurrencias. Así fue a dar clases Lourdes Durán, que impartía hace unos años su sabiduría en las aulas de un instituto público de Madrid, y a la que le divirtió mostrar a sus alumnos la siguiente gracieta: "Cálculo matemático: HB+Zp=HP". Traduzco: Herri Batasuna+Zapatero= hijo de puta". Y no es que me escandalizara el insulto al presidente ni el efecto que sobre sus alumnos pudiera tener la actuación de aquella chica; lo que me preocupó fue la deriva de estas señoritas que, además de enseñar a sus alumnos y alumnas que el condón mata niños, como hacía Durán mientras metía en su materia la sexología, terminan siendo unas guarras. A diferencia de aquellas señoras profesoras, mujeres con clase, como dirían ellas, que me enseñaban que a los niños que decían palabrotas les saldrían culebras por la boca, las nuevas ordinarias llevan ya las palabrotas escritas en unas camisetas. Y no me extrañó que la Consejería de Educación del Gobierno de Esperanza Aguirre no tomara medidas en aquel caso. Hubiera sido injusto que sancionaran a una aplicada alumna de esa escuela de la palabrota y el insulto soez que a veces da fuerza al discurso popular. La evolución hacia la modernidad en la expresión pública del PP ha terminado convirtiendo en unas arrabaleras a sus señoritas de toda la vida. Para que se vea que la derecha también cambia han optado por hacer de sus chicas finas unas chabacanas desbocadas que te sueltan un hijo de puta a la primera de cambio. Hace poco, en un programa de televisión, Carmen Martínez-Bordiú, que ni tiene el más mínimo resplandor intelectual ni fue educada para eso, después de mostrarse allí licenciosa y atrevida, aseguró que nadie la había puesto nunca en el trance de responder a la pregunta de qué pensaba ella sobre qué pensaría su abuelo si la oyera hablando de lo que le gusta el sexo y diciendo palabrotas en la tele. Pero justamente por eso, por gustar del sexo que su abuelo reprimió tanto, y decir gilipollas y que estuvo jodida en las malas horas, es por lo que les parecía la nietísima a las contertulias del programa en que hablaba la mujer más moderna. En eso, en la generalización de la ordinariez, queda para algunos la puta modernidad. Pero se puede ser moderna en público o en privado. Los correligionarios de Esperanza Aguirre en Valencia, relacionados con la trama Gürtel, eran muy modernos en la intimidad, pero su lenguaje soez cobró dimensión pública por la filtración de la transcripción de sus conversaciones de horteras insólitos. También hablaba en privado Gerardo Díaz Ferrán, ejemplar empresario y amigo de nuestra presidenta, cuando dijo de ella que era cojonuda, pero ese rasgo de modernidad privada lo convirtieron en público los micrófonos abiertos. Y ahora le ha pasado lo mismo a la propia Aguirre, que ignoraba que hubiera micrófonos dispuestos a reproducir ese hijo de puta que le salió del alma y cayó en la Cibeles. Soraya Sáenz de Santamaría no ha querido entrar a valorar el exabrupto privado, precisamente por eso, por privado. Y no porque tema que le recuerden el "manda huevos" de Federico Trillo, cuando se le oyó decir eso sin pensar que el micrófono seguía abierto, sino por otro micrófono abierto sin que lo supiera el ministro del Interior que hablaba. Un periodista le comentó las quejas que se habían producido en Canarias sobre la actuación del Gobierno en la acogida de menores inmigrantes, y el ministro, después de prometerle, con la seráfica corrección formal que le caracterizaba, que si había algo que corregir se corregiría, murmuró: "Este tío es tonto del culo". El ministro, hombre de delicadezas, se llamaba Mariano Rajoy y es ahora el jefe de Soraya. Pudo haber dicho tonto del haba, tonto del higo o tonto de capirote, pero prefirió nombrar el culo con los riesgos que eso pudiera suponerle.

La derecha ha optado por hacer de sus chicas finas unas chabacanas desbocadas

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