Dar la talla
La raza humana ha evolucionado a mejor, y la española con óptimos resultados. Éramos un país de hombres bajos, morenos, cejijuntos y cabreados, quizás más por la apariencia que por la manera de ser y las espesas cejas que tendían a juntarse encima de la nariz. Las mujeres, si por sus grandes y expresivos ojos tuvieron universal aceptación, resultaban más bien piernicortas y un poco culoncillas. Una dieta más racional, ejercicio físico cultivado desde la niñez y mayor preocupación por el aspecto exterior ha dado un conjunto homologable, incluso con ventaja, en el mundo actual. Por su libérrima voluntad, aún quedan especímenes femeninos con abundantes michelines y traseros suntuosos, lucidos en las playas de Levante o donde sea, sin la menor inhibición, sobre lo que no cabe más que celebrar que sigan felices con su fachada y su carácter.
Es importante dar la talla intelectual y moral de la sociedad civil, que tendrá que coger las riendas
La moda anoréxica ha hecho daño cuando personas de fluctuante inteligencia dan mayor crédito a la báscula que al espejo. El resultado general es satisfactorio en el aspecto de nuestro pueblo lo que, a efectos estéticos no es desdeñable y nada tiene que ver con los pavorosos problemas que actualmente vivimos, para barato consuelo, puede decirse que por semejantes penurias ya hemos pasado. No hay mal que ciento treinta años dure y lo alargo por las expectativas de supervivencia que nos auguran. Lo comprobamos sin trampa ni cartón en las exhibiciones deportivas donde nuestros atletas de ambos géneros vuelan, corren y se deslizan mostrando anatomías perfectas.
Cuando algunos noticiarios cinematográficos rememorativos ofrecen desfiles militares nos invade una sensación de vergonzosa ternura al ver aquellos quintos a quienes todos los uniformes quedaban grandes, marchar con el mosquetón al hombro como si fueran horquillas de aventar paja. Hoy, las filantrópicas levas que envían a Afganistán, con mucho atezado rostro mestizo, dan similar imagen que los macizos marines americanos. Parecido aire, muy mejorado, aquellos enjambres de mocitas en fiestas patronales o en Semana Santa, ataviadas con largos trajes negros de satén, peinetas y mantillas entre las que chispeaban los ojazos expresivos, entre alegres y picarescos.
Ahora es otro el panorama de nuestros hijos, nietos, aunque sean contadas las ocasiones en que les vemos desfilar, algo que puede contemplarse por la televisión. Tuve ocasión, no hace mucho, de contemplar un buen racimo de esa juventud, invitado a la jura de bandera en el Colegio de Guardias Jóvenes de la Guardia Civil, en el vecino pueblo de Valdemoro. Formaciones impecables, interpretaban la coreografía castrense respondiendo los gestos gregarios que movilizaban varios cientos de cuerpos al unísono. Había mujeres, las hay cada vez en mayor número, para las cuales no existen discriminaciones en ese período formativo. Es una factoría humana y homogénea que iba a diseminarse por la geografía española -y en otras latitudes- y el verde uniforme garantizará la seguridad y las vidas ajenas. En el lote, como contrapunto, entra la moto aparcada junto al coche que van a multar. Siempre por su bien, claro está.
Los muchachos son espigados, nervudos, fuertes, y las chicas, de silueta más estilizada, resultan tan capaces como ellos, lo que trasladado al campo civil han dado a la juventud trabajadora y universitaria otro aire más atractivo. ¡Lástima que vivamos ahora este paréntesis de paro y penuria, tan frustrante para las vidas que comienzan! Esta realidad debería llevar a la reflexión de que no ayudemos a la juventud con criterios de granja y a la necesidad de recuperar la educación elemental, la primaria, el comienzo de la vida, que es una ocupación con la vertiente personal inexcusable. Dejando aparte a los indeclinablemente denominados "cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado" es importante dar la talla intelectual y moral de la sociedad civil, que tendrá que coger las riendas en cualquier momento.
Han crecido los españoles, son más fuertes, más ágiles, más altos, pero aparte de esos criterios de viveros humanos es preciso proporcionarles la formación idónea y básica para que sea lo que les espera: ciudadanos útiles a sí mismos y a la colectividad. Lo que más me impactó de la visita a Valdemoro fue que varios centenares de personas fuesen capaces de hacer lo mismo, al mismo tiempo y con rara perfección a toque de corneta.
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