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Columna
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Justicia

Carlos Boyero

Hay ficciones juguetonas que se permiten el lujo de ser descreídas y satíricas con los jueces, supremos representantes terrenales de la objetividad y la sabiduría. El irresponsable Brassens planteaba en una ofensiva canción el dilema de un lúbrico y excitado gorila entre violar a una anciana o a un juez que acaba de firmar una sentencia de muerte. Costa-Gavras imaginaba en Z que un juez con ideología derechista se atrevía a condenar los crímenes de los militares que poco después impondrían la dictadura en Grecia.

En la realidad, los jueces acostumbran a salir impunes de sus sagrados errores, de sentencias tan escandalosas como intocables. Es muy preocupante la naturalidad con la que el pueblo llano emite desde la noche de los tiempos su certidumbre sobre los veredictos de la judicatura, resumida con un rotundo "depende del juez que te caiga". Por si alguien no lo capta, se suele añadir el filosófico "como todo en la vida". Qué miedo da saber que los divinos administradores de la justicia pueden ser tan humanos, falibles, fraternales con otras variantes del poder. También se les culpa a veces de cosas muy raras. Escucho el lamento del representante de los estafados por Afinsa y Fórum Filatélico al constatar que el Estado no se hace responsable de la pasta que les guindaron los que ofrecían duros a peseta. Asegura que no se les restituye lo perdido porque la justicia en este país está absolutamente politizada. Y no entiendo la relación entre su caso y la politización de los jueces.

Pero sí creo comprender que en esa profesión, como en todas, existe algo muy abusivo llamado corporativismo, que es improbable que pagues por tus demenciales sentencias. La gran familia sólo se mosquea con uno de los suyos cuando este exhibicionista pasa su existencia tocándole los genitales a quienes no debiera. Sería lamentable que enterraran a esa poderosa mosca cojonera. Se llama Garzón.

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