"Para ordenar la universidad habría que destruirla"
El historiador Bermejo satiriza la rebaja de los valores académicos
Después de La aurora de los enanos. Decadencia y caída de las universidades europeas, el historiador José Carlos Bermejo Barrera rebaja el tono de la sátira. Su reciente La fábrica de la ignorancia. La universidad del 'como si' (Akal) se instala, más descriptivamente, donde lo había dejado: la contradicción entre una institución que no puede negar su papel en la creación y transmisión del conocimiento y, a la vez, su progresiva asunción del discurso de la rentabilidad empresarial ma non troppo.
"La distancia con la sociedad se podrá recuperar cuando la universidad asuma su función y abandone el discurso tecnocientífico redentor, que pretende hacer creer que el país y su economía dependen de las universidades públicas", resume Bermejo, catedrático de Historia Antiga en Santiago y decano de Historia entre 1990 y 1996. De cómo los equipos rectorales se integraron en la nueva "sociedad cortesana", pero con los hijos del 68, dedica parte del capítulo ¡Usted no sabe con quién está hablando! En él explica, sin referencias al entonces rector Ramón Villares, cómo la configuración de la universidad a modo de "teatro político-académico" mantuvo viva la tradición oligárquica del franquismo.
La imitación del modelo político y sindical en la gestión desembocó, argumenta, en la actual "simulación económico-empresarial", al no conseguir superar la universidad española su "problema fundamental: la incapacidad de valorar el conocimiento por sí mismo". Bermejo habla de la "supresión" del profesor universitario, entendido como docente e investigador independiente, como una de las claves de la progresiva privatización de la enseñanza.
Otra de las señales es el triunfo del modelo burocrático de gestión, iniciado con Aznar y continuado "tal cual" con Zapatero. "A veces parece que la evaluación de la actividad académica lleva más tiempo que llevarla a cabo", critica. En este contexto, el proceso de Bolonia, teórica unificación del espacio europeo de educación superior, "no cambiará nada porque no hay voluntad de reformar ni mejorar la universidad". "Cada centro se relaciona con el universo", sintetiza, en referencia a la multiplicación de titulaciones "según el mercado de votos de cada ciudad".
Bermejo deja un hueco para la esperanza en el capítulo El funcionario mediocre y el futuro de la universidad. Aunque ordenar el sistema universitario, a estas alturas, sólo sería posible "destruyéndolo", el autor de Para que serve a historia de Galicia? recuerda por qué estas viejas instituciones no deben convertirse en "fábricas de recursos humanos para un degradado mercado laboral".
También son razones económicas. "Si no reivindica su función creadora de conocimiento libre, cavará su tumba", señala. "La mitad de las universidades españolas son prescindibles, y su papel económico es, y seguirá siendo, mínimo".
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