De rositas
Veo a un señor de gesto solemne pretendiendo dotar de elocuencia y de sinceridad a sus palabras, que se reafirma en sus antiguas decisiones ante una comisión que investiga las razones de que Inglaterra interviniera en una guerra que le quedaba muy lejos, en la exótica Irak. Se llama Tony Blair. Ya no luce la ufana sonrisa de aquella obscena fotografía en las Azores, tan contentos el dueño de la finca, el capataz perruno y el bigotudo chico de los recados, dispuestos en nombre del modélico mundo libre a cargarse al sátrapa y devolver la libertad a su esclavizado pueblo. Por estricto sentido de la justicia, sin mostrar el menor interés por el petróleo, con el sagrado fin de anular las armas de destrucción masiva que guardaba bajo siete llaves el tirano.
Ese comité no puede emitir condenas sobre el antiguo primer ministro, no representa el último tren a Núremberg, no habrá un veredicto legal. Pero puede servir para que la gente se forme un juicio moral sobre las verdades o las mentiras del intocable fulano que metió al país en esa sangrienta movida, para que la historia le absuelva o le castigue.
El consuelo es leve, pero algo es algo. Nadie le va exigir inocuas cuentas en su país a Bush. Dice el pragmático Obama que lo único importante es el presente. Tampoco existirá un comité en España que interrogue al subalterno Aznar sobre aquel armamento apocalíptico y supuestamente contrastado. Como mucho, el desdeñoso estadista confiesa en Los desayunos de TVE que hizo lo que consideraba correcto y que volvería a repetirlo.
¿Eran cínicos, iluminados, mentirosos, estúpidos o malvados? No tengo ninguna preferencia en ese catálogo de dones. Imagino que a los incontables seres humanos desmembrados cotidianamente por las bombas en Irak tampoco les importan los motivos que alentaban a los jefes de Occidente para montar el infierno en su masacrada tierra. Hace demasiado tiempo que la barbarie diaria en Irak ha dejado de ser noticia de primera plana en los medios de comunicación occidentales. Las incesantes víctimas de ataques suicidas ya sólo tienen categoría de anécdota, de aburrida estadística, de repetida brasa.
Esos difuntos nos pillan muy lejos. Buscaron su desgracia por poseer armas de destrucción masiva.
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