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Columna
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El barrio que recibió a Valencia

La demolición de uno de nuestros barrios históricos ha comenzado. Tras los desastres urbanísticos hay una explicación. Los promotores inmobiliarios impulsan estas operaciones para obtener solares. Son los ideólogos. Los políticos los posibilitan para obtener el apoyo del poder económico. Son los responsables. Los arquitectos los certifican, avalan y firman, para obtener encargos y cargos que les ofrecen los políticos y los promotores. Somos los culpables.

En el año 138 a. C., en el punto donde el río Turia se cruzaba con la Vía Augusta, se fundó Valencia, a cuatro kilómetros del mar Mediterráneo. Operaciones urbanísticas planificadas en el siglo XX convertían al frente marítimo en el terreno donde se situaban los solares más caros de la ciudad. Los solares tenían dueño, y en su lugar se situaba El Cabanyal. Intencionadamente o no, las acciones urbanísticas que han pesado sobre El Cabanyal han constituido la estrategia perfecta para hacerse con estos solares. La estrategia consiste en romper la estructura urbana, que es lo que hace valioso al barrio, y mantener bajos los precios de las casas durante el periodo de materialización de las infraestructuras colindantes. Aprobar un plan que desguaza el barrio y abandonarlo a su suerte privándolo de los estándares de limpieza, seguridad ciudadana y reparación que se fueron imponiendo en el resto de la ciudad, ha funcionado.

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La ciudad empuja ya descaradamente a este barrio dejado de la mano de Dios, precioso, inocente y caro, muy caro. Estamos en la recta final. Tenemos dos opciones:

1. La primera pasa por abandonar esta estrategia dañina y torpe para la ciudad, y cruel y ladrona para los dueños de las casas. Y rehabilitar el barrio.

Los promotores se quedarían sin solares, y se enfadarían mucho con los políticos. Pero ya se les pasará.

Las ventajas serían muchas. Valencia se reforzaría como una ciudad europea, vieja y particular, contadora de su historia, la de los ricos y la de los pobres. Tendría un elegante barrio que se agacha ante el mar para que el resto de la ciudad pueda sentirlo y aprovechar su brisa. Tendría nuevas casas entre medianeras, caras carísimas, y casas rehabilitadas con ladrillitos de colores y fachadas graciosas. Tendría este barrio que se agacha y que permite que toda la ciudad acabe en el mar, y que lo haga a través de las pequeñas venas que separan sus casas. Unas venas que son de todos, de toda la ciudad. Y nuestra ciudad valdría más, porque el metro cuadrado vale más en las ciudades mejor trazadas, más ricas en historia, con más patrimonio. La gestión de los políticos que paren esta demolición será, primero, recordada con respeto, y después olvidada porque Valencia no se entenderá sin El Cabanyal y a nadie más se le ocurrirá atentar contra él.

2. La segunda solución es seguir trabajando para conseguir estos solares. A la larga aparecerá donde está El Cabanyal un amasijo de edificios que aplastará el barrio. Por vulgares que sean, los pisos se venderán muy caros, porque estarán en el mejor sitio. Este negocio que harán unos pocos será la ventaja. Las desventajas serán muchas. Tendremos una ciudad peor y más barata. La gestión de los políticos que materialicen esta destrucción será recordada por los expertos como deplorable y vendida. Pero también será olvidada porque no quedará ni rastro de la historia y nadie preguntará por ella, nadie pensará que antes de que Valencia llegara al mar, El Cabanyal ya estaba allí, esperando recibirla. Parecerá que en la época en que Valencia llegó al mar los barrios se hacían así de insulsos, porque total, eran pisos para vender.

Qué pena.

Tomad la primera opción. Dejadnos hacer la ciudad bonita. Dejadnos contar su historia.

Hay que salvar El Cabanyal y dejar que se transforme en lo que la historia le hizo ser: el barrio que recibió a Valencia cuando entre todos fuimos capaces de hacerla llegar al mar.

Lourdes García Sogo es arquitecto.

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