La esencia de los futbolistas
Sí, ya lo sé, somos los futbolistas esos seres que viven lejos de la realidad, aislados en su burbuja, sin palpar la vida en su real esencia. Y en esa popular valoración es igual que uno juegue con guantes o sin ellos. El fútbol suele catalogarse como un excelente escaparate de excentricidades, gestos vulgares, mensajes envenenados para nuestra gente joven. Cuántas veces habré escuchado eso de que somos un ejemplo para los niños y que eso nos debe comprometer más con nuestros gestos, con nuestras declaraciones, sabiendo que van a ser leídas por tantos y tantas que están en pleno proceso de maduración.
Sí, ya sé que futbolista y mercenario suelen ser dos palabras de rima perfecta, sobre todo cuando uno regresa a su club de origen jugando con la camiseta de ese equipo llamado grande (o no tanto) que le incorporó a sus filas al final de la última temporada y la grada decide acogerle con el mayor de los cariños.
En el hospital, Filipe Luis animaba a todos y le recordaba a Iraizoz que su lesión es un gaje del oficio
Sí, lo sé, no es sencillo manejarse en ámbitos de tanto dinero cuando uno es joven, sin una gran experiencia en la vida, sin grandes referencias vitales, manteniendo unos criterios y unos valores que suelen estar en construcción en el mismo tiempo en el que uno ha de tomar decisiones que van a ser decisivas para su vida, tanto la deportiva como aquélla que hay que vivir cuando cuelgue las botas.
Pero me gustaría traerles ese mundo de contradicciones que suele ser el del fútbol profesional. Y para ello me gustaría apoyarme en uno de los hechos más dolorosos del pasado fin de semana.
Veamos. Hace unos meses, cuando la pasada temporada finalizaba, surgía el nombre de un candidato para ocupar la banda izquierda del multicampeón Barça: Filipe Luis. El Deportivo entendió que tenía una perla en su plantilla para negociar la mejor de las opciones para su economía de guerra, aquélla que le había hecho incorporar a un jugador que había estado en las categorías inferiores del Real Madrid sin llegar a hacerse un hueco en la primera plantilla.
El 3 deportivista mantuvo en todo momento una actitud elegante, sabiendo de las necesidades de su club e intentando congeniarlas con sus deseos de incorporarse a un Barça que suponía lo máximo en lo deportivo y, seguramente, también en lo económico. Pasó aquel tren, comenzó la temporada y el jugador siguió en una excelente línea deportiva, gran rendimiento, continuidad en las alineaciones, una primera vuelta fantástica en lo deportivo y un Athletic que les había puesto en enormes apuros en la primera parte. Y allí apareció Filipe Luis para acompañar una jugada de ataque nada más empezar la segunda mitad, la pelota rebota en un defensa y vuela hacia donde se encuentra libre de marcaje, solo, una ocasión única para abrir el marcador. Y ya sabemos que cuando el Depor se adelanta es muy difícil que pierda. El resto seguro que ya lo conocen: gol y gravísima lesión, todo en uno. Gol y el principal activo que maneja el futbolista, su físico, parte rumbo al quirófano. Gol y todo el plan estratégico del jugador que se tambalea en el mejor momento, en el mejor de los logros. Es en esa delicada y fina línea en donde se maneja el jugador, los jugadores. En esa tenue y discontinua frontera entre el éxito y el fracaso, siempre sustentado en su cuerpo y en su mente. Cuando el pie izquierdo de Filipe tocaba la pelota para enviarla a la red, y acercarse a la gloria del éxito, la pierna derecha sufría el choque con Iraizoz. Su peroné y su tobillo se quebraban. Una décima de lo excelso a lo más doloroso.
Dicen que, cuando llegaba al hospital, daba ánimos a todos y que, luego, le quitaba importancia a la intervención de Iraizoz recordándole al portero bilbaíno que eran gajes del oficio. No conozco a Filipe Luis. No nos hemos encontrado en ningún terreno de juego, pero me atrevo a sugerirle su nombre para hoy, para mañana, para siempre, a todos los que buscan encontrar en la esencia del fútbol la auténtica esencia de las personas.
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