Bodas con caviar granadino

Rústico exquisito. Bucólico. Campestre. Un tesoro escondido en un rincón desconocido. Luz, brillo, carácter, huella... No le faltan epítetos a este hotel en los distintos foros e intermediarios de reservas en Internet. Todo promete encanto y sabor rural, un paraíso del descanso en los aledaños de Riofrío, localidad granadina que se ha hecho famosa a costa de los criaderos de caviar español. Tras décadas de investigación, su piscifactoría ha logrado criar la mayor población del mundo de esturiones en cautividad: 400.000 ejemplares de Acipenser Nacarii, una especie en peligro de extinción cuyas hembras guardan en sus entrañas el mítico beluga del Caspio. Pues bien, toda esa idílica promesa de encanto rural se desvanece ante nuestros ojos al plantarse de cara a la fachada del hotel. El empaque del edificio no augura una recepción familiar, ni unas habitaciones de gavillas y miel. La recepcionista, muy amable, representa el mismo rol que si estuviera en un hotel convencional de ciudad.

Sobre este lugar hubo una antigua almazara de la que apenas se intuye su morfología. Si las zonas comunes sufren cierto desangelamiento, tanto más la ambientación de los dormitorios y los respectivos cuartos de baño, simplificada mediante adornos de rejería y cuadritos informales, redundantes en el tópico de lo andaluz. Aunque es cierto que su equipamiento es actual, confortable para las exigencias de una clientela urbana, y especialmente aquellos situados bajo cubierta, que miran a los montes desde sus ajimeces. Mientras, aquellos situados en el plano inferior del edificio, rematado por arquerías, ofrecen salida directa al jardín con piscina.

Carpas balinesas

Las bodas y otros eventos similares. Éste es el verdadero argumento del hotel, no el del turismo rural. Desperdigadas por el césped, bien lustroso aun en las épocas más tórridas del año, un conjunto de carpas balinesas ayuda a crear desde el arrebol vespertino un ambiente chill-out de lo más seductor para celebrar unos esponsales. La lámina de agua refresca, los faroles oponen su calidez, las vistas sobre el olivar provoca un clic fotográfico en los asistentes y el condumio, sin ser previsible, regala unos sabores que parecían condenados a los estándares de un hotel vulgar. No faltan tampoco en estas celebraciones los centros imperiales, arcos de flores en las mesas, el atril del DJ, la silla del guitarrista y, por supuesto, un aperitivo suculento de caviar cosechado en Riofrío.