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Crítica:ARTE | Exposiciones
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Misión irracional

Karl Kraus, ante el horror de la Primera Guerra Mundial, acuñó el término tecnorromanticismo para sintetizar el disparate de la contienda: bajo el señuelo de conceptos de origen romántico (la singularidad de la nación, por ejemplo), las técnicas más recientes se aplicaron a la destrucción sistemática. Quizá sea este rasgo uno de los definitorios del siglo XX y la primera década del XXI.

Así aparece en esta exposición: el gran hongo atómico dibujado al carbón por Roberto Longo, los niños muertos por un fusil de precisión en Sarajevo (según escueta foto de prensa llevada al lienzo por Simeón Saiz) o los paisajes de Enrique Jezik -fotos del visor de un bombardero- lo muestran cumplidamente.

Grande Hazaña. Con muertos

Fundación Botí

Sala Puerta Nueva

Ronda de Andújar, s/n. Córdoba

Hasta el 24 de enero

Junto a estas exquisiteces técnicas están las ideas que, por racionales que parezcan, dejan de serlo en cuanto, convertidas en misión, justifican acabar con la vida del otro. Esta caída de la racionalidad en fundamentalismo la sintetizó Goya en el gran farol, signo de la Ilustración, que ilumina los Fusilamientos del 3 de mayo. Rogelio López Cuenca los pone en paralelo con soldados americanos que apuntan a iraquíes maniatados y con los ojos vendados. La obra de Diango Hernández (una escultura de Lenin troceada) va en el mismo sentido y con más crudeza aún la de Ignasi Aballí: un listado de muertos que se antoja cuenta de resultados de cualquier empresa bélica.

Pero, como ya lo mostrara la primera posguerra mundial, con las consecuencias del duro castigo impuesto a Alemania, en las guerras de nuestro tiempo la violencia no se restringe al enfrentamiento abierto sino que persiste, condicionando la vida y la memoria. Alfredo Jaar, en un vídeo, Muxima, señala las secuelas de la guerra de Angola, Emili Jacir muestra la severa vigilancia a la que somete, cada día, el Ejército israelí a quienes deben cruzar el paso de Surda, un excelente vídeo de Shoja Azarí revive la soledad del preso a perpetuidad y Eugenio Ampudia habla del exilio que privó a este país de tantas inteligencias y sensibilidades. Javier Ayarza, por fin, fotografía un parque infantil que ocupa las coordenadas exactas donde desde 1939 a 1945 se fusiló y enterró a quienes rehusaban comulgar con las ruedas de molino del franquismo.

Esta persistencia de la violencia (¿cuántos murieron en Hiroshima y Nagasaki desde 1946?, ¿hasta cuándo las secuelas del gas naranja en los campos de Vietnam?) hace que llegue a los niños y lleve a ciertos adultos a jugar a la guerra. Son plagas de nuestro tiempo. Marina Abramovic la expresa con rigor (unos niños uniformados la arrastra maniatada), y con sarcasmo, Neil Hamon: no con niños sino con talluditos middle-class que emplean su tiempo libre en emulaciones bélicas.

Mariano Navarro, comisario de la muestra, dice que es una exposición militante. Por serlo, era imposible no aludir a las raíces de tanta violencia. Ya se sabe que tras las grandes palabras de los tecnorrománticos ("Dios está de nuestra parte", decía el inefable G. W. Bush) alientan intereses prosaicos, de ahí la Peace Tower de Jota Castro, formada por barriles de petróleo pintados con barras y estrellas, pero más en profundidad, la violencia larvada o expresa brota de la vida cotidiana. Los trabajos de Vicky Civera, Julião Sarmento o Javier Peñafiel lo evidencian aludiendo a la violencia de género, la más estúpida y cruel, pero el de Juan López recoge una raíz quizá más general: el recurso fácil a la agresividad. Algo que está hoy demasiado presente entre nosotros, cuando algunos oponen al pluralismo la excomunión y otros, renunciando a todo argumento, convierten en única arma política la desautorización sistemática del adversario. -Fundación Botí

Sala Puerta Nueva

Ronda de Andújar, s/n. Córdoba

Hasta el 24 de enero

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