Ahora que somos tan ricos
Pobre Irène Némirovsky. De jovencita tuvo que huir a Francia porque los sóviets querían apresar a su padre, banquero prominente. Con el régimen de Pétain, los nazis la enviaron a Ausch-witz, donde fue asesinada. En su novela El baile, habla en un suspiro de la pésima relación entre Rosine Kampf, nueva rica hedonista, autoritaria y desapegada, y Antoinette, su unigénita hija, de 14 años, en estado de ensoñación permanente.
En la versión teatral de Sergi Belbel, punteada por interludios pugilísticos tan tópicos como bien resueltos, la residencia parisiense de los Kampf es un cuadrilátero donde madre e hija se aprestan a un combate despiadado, una plataforma varada, primero firme y luego en trance de irse a pique, inteligentemente concebida por los escenógrafos Max Glaenzel y Estel Cristià e iluminada por Kiko Planas con luz de la fragua de Vulcano.
El baile
Autora: Irène Némirovsky. Intérpretes: Anna Lizaran, Sol Picó y Francesca Piñón.
Dirección: Sergi Belbel.
Teatro Valle-Inclán, sala Nieva.
Hasta el 14 de febrero.
El baile imanta la mirada: es un montaje plásticamente impecable, con vestuario tan bien concebido como realizado y caracterización certera, que nos depara el debú como actriz de la bailarina Sol Picó. Después de 14 años sigue siendo la chavalita de Razona la vaca: una fuerza de la naturaleza en frasco pequeño, fiel trasunto de la pulsión adolescente de Antoinette. Belbel debería haberla dejado decir en vivo su texto, apartes incluidos, también mientras baila: sus monólogos grabados pierden. En lo dramático, Anna Lizaran da un recital por momentos. Hay que escuchar a su Rosine, alucinada, cuando Antoinette le pide que la deje ir al baile, y su negativa, en el ápice de la función. En su versión, Belbel baja dos octavas las andanadas de Némirovski contra la burguesía, y convierte el mano a mano último entre Rosine y su prima (Francesca Piñón), conciliador, en un duelo al sol. Para poner a flote un espectáculo hermoso, le ha rebajado algo el calado.
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