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"La policía nos dice que durmamos en grupo"

Los indigentes de Fuengirola se protegen después de que un mendigo fuera asesinado y otro malherido

Fernando J. Pérez

Embutido en un gorro de lana de rayas azules, el mismo color de sus ojos surcados de arrugas, Ricardo suelta la lata de cerveza y acepta la invitación a un café -"un carajillo", pide-. Es viernes por la tarde y en Fuengirola hace siete grados, un frío trapense para la Costa del Sol. Ricardo (nombre ficticio), belga y hablante de seis idiomas, es uno del medio centenar de mendigos que pululan habitualmente por la ciudad malagueña. En apenas tres semanas, dos de sus compañeros de calle han sufrido ataques. Uno de ellos, Lars-Göran Krona, de 59 años y nacionalidad sueca -los indigentes de Fuengirola son tan internacionales como el resto de su población-, murió el 11 de diciembre tras recibir un fuerte golpe en la cabeza. Junto a su cadáver, la policía halló un hacha.

"Muchos mendigos tienen perros, y eso nos da seguridad", afirma uno de ellos

En la madrugada del 4 de enero, sobre las 4.00, otro mendigo, en este caso español, quedó malherido cuando uno o varios desconocidos le propinaron un golpe en la cabeza con un objeto afilado mientras dormía. Según los primeros datos de la investigación, la herida craneal era compatible con un hachazo, aunque en el lugar del delito no se encontró ningún arma. Afortunadamente, la víctima, de 53 años, ha salvado la vida y ha podido declarar ante la policía, aunque fuentes cercanas al caso señalan que en su interrogatorio "no aportó nada".

"La Policía Nacional nos ha dicho que procuremos estar juntos, sobre todo de noche, y que durmamos en grupo", afirma Ricardo, que asegura no tener miedo. "Muchos mendigos tienen perros, y eso nos da seguridad, porque avisan si viene alguien", dice. Fuentes policiales confirman el consejo. El valor del indigente belga no es la norma.

El pastor anglicano David Smith, responsable de la ONG The Ark, que da alimentos a los mendigos de la población todos los martes, salió a la calle para tratar de socorrer a los sin techo después de conocer el segundo ataque. "Normalmente atendemos entre 30 y 60 personas, según si hace más o menos frío. El día del ataque no encontramos a nadie. Estaban todos escondidos". Los agentes del Cuerpo Nacional de Policía dan tres o cuatro vueltas cada noche por las zonas con mayor presencia de personas sin hogar, en un 95% hombres, afirma Ricardo.

Además de la forma de la agresión, ambos mendigos de Fuengirola, tenían otra cosa en común: ninguno de ellos era problemático. Así lo afirman los vecinos de las zonas en las que mendigaban. En los últimos meses, en la provincia de Málaga ha habido otra muerte violenta de un sin techo sin resolver. El 23 de noviembre, un portugués de 51 años fue encontrado en una casa abandonada del Paseo de Sancha, en la capital. En este caso, el cadáver mostraba signos distintos de violencia, como si hubiera recibido una paliza y no un golpe seco con un arma blanca, como en Fuengirola.

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"La calle es peligrosa", afirma Ricardo. En cinco años en la calle ha vivido unas cuantas experiencias desagradables: "Una vez, hace años, estaba durmiendo junto a Bernard, un inglés, cuando llegó un grupo de jóvenes españoles borrachos. Sentí energía negativa y me fui de allí. Días después me dijeron que a Bernard le habían reventado la cabeza", cuenta. En otra ocasión en Valencia, el vagabundo se llevó una paliza cuando se encaró con un grupo de 15 personas que les arrojaron petardos dentro de la nave en la que dormía con Francisca, su pareja ya fallecida, y otros dos hombres.

Ricardo, de 47 años, afirma que antes de acabar en la calle tenía una empresa. "Me arruiné y me endeudé. Mi pareja me dejó y me fui de Bélgica porque no quería ser una carga para mi madre. Con mi padre y mi hermana no me hablo. Mi familia son mis amigos de aquí".

Al igual que la policía, Ricardo no descarta ninguna posibilidad sobre el autor o autores de los ataques: "Puede ser un loco, un psicópata, qué sé yo. El otro día a un amigo que acababa de salir del hospital enfermo del pulmón y de los riñones dos yonquis le reventaron la cabeza para quitarle un euro". Sí le sorprendería que el autor fuera otro mendigo: "Aunque entre nosotros nos gritamos, somos amigos y nos ayudamos", asegura.

En los aledaños de la estación de autobuses, en el centro de Fuengirola, Olaf (nombre ficticio), de 57 años, echa "la siesta". Compatriota y amigo del fallecido Lars-Göran Krona, afirma que la víctima había trabajado como ingeniero eléctrico en Suecia y no tenía familia. "Lo reconocí cuando la policía me mostró su fotografía con el cráneo abierto", dice. "La policía nos ha preguntado por un hombre alto, corpulento y de pelo rubio o blanco", añade. Aunque bajo esta descripción entraría gran cantidad de residentes en la ciudad -la mayor colonia escandinava de la Costa vive en Fuengirola-, la policía no confirma este extremo.

Pese al frío y el peligro, Olaf, ex trabajador del metal, rechaza ir a un albergue. "Los albergues son para animales, no para personas. No se puede dormir con otras diez personas en la habitación", afirma mientras lía un cigarro de picadura. Curiosamente, el tabaco y el papel son de la misma marca que gasta Ricardo: Look Out. En inglés significa "Ten cuidado".

Un hombre mayor pasa por delante de uno de los indigentes de Fuengirola, en una fotografía hecha el pasado 9 de enero.
Un hombre mayor pasa por delante de uno de los indigentes de Fuengirola, en una fotografía hecha el pasado 9 de enero.GARCÍA-SANTOS

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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